viernes, 17 de septiembre de 2021

Acrópolis de Atenas

 


No me puedo quejar, he tenido la Acrópolis de Atenas para mi sola. No hay secretos, ni tuve que sobornar a nadie. Era una mañana de enero y yo estaba  allí antes de que el encargado de abrir la puerta llegara. Un ligero madrugón (por llamarlo algo) que fue compensado con creces con el hecho de  pasear a mis anchas sin un solo turista a la vista. Después de tantos viajes, poseo varios secretos para que un viaje salga perfecto:

- Elegir hoteles muy céntricos. Mi habitación en Atenas estaba en un hotel situado en la plaza Syntagma, en un ático, tan cerca que pude ir a la Acrópolis andando. Si cogía otra dirección llegaba al Museo Arqueológico Nacional en otro paseo. Y la vista desde la terraza (que tenía el mismo tamaño que un apartamento pequeño) era exactamente la misma que se ve en la foto de arriba (palabra de honor).

- Ir armada de una buena guía y planos de las ciudades. Así pude lanzarme a la calle una tarde en Estocolmo y cruzar la ciudad de un extremo a otro y volver al hotel  yo sola sin tener que preguntar a nadie. Mucha gente piensa que viajar sola es aburrido, pero la sensación de libertad  no tiene precio, y puedo dedicarme a lo que yo quiero, cuando quiero.

 


Los pescadores zancudos de la costa de Sri Lanka son una de las estampas más típicas del país. Que el nombre no os confunda, No usan zancos.  Permanecen muchas horas al día sentados sobre un pequeño travesaño en unos palos clavados a unos 20 metros de la orilla. Pescan con caña, pero no usan cebo, pues el pez es atraído por el movimiento de la caña.

Aunque parezca una manera muy primitiva de pescar, no es tan antigua. Data de la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando los pescadores empezaron a aprovechar barras de hierro que habían quedado como desechos de la guerra, y posteriormente cambiaron a palos de madera.

sábado, 4 de septiembre de 2021

Budas en la cueva de Pindaya. Mianmar

 


Después de subir por unas interminables escaleras que bordean una sierra de piedra caliza cercana al lago Inle, entramos en las cuevas de Pindaya donde, dispuestas en un camino formando un laberinto a través de varias cámaras de la cueva, se amontonan más de 8.000 imágenes de Buda, la mayoría de las cuales tienen varios siglos.

jueves, 2 de septiembre de 2021

Muro de las lamentaciones. Jerusalén (Israel)

 


Muchos de los que acuden a rezar al Muro de las Lamentaciones introducen en los resquicios entre las piedras papelitos con oraciones, promesas y peticiones.

Este muro no es, como mucha gente piensa, parte del Templo de Jerusalén, sino que forma parte del muro de contención del terraplén construido sobre la colina de Ofel, para formar la inmensa plataforma sobre la que se construyó el Templo. Sea como fuere, es lo ñunico que queda del Segundo Templo. Sirve a los judíos como recordatorio de su pasado y de las terribles cosas que han sufrido. El muro en sí no es lugar sagrado, ni milagroso.

Dos veces al año los operarios limpian la pared sagrada y entierran los trozos de papel en el cementerio judío del Monte de los Olivos junto con otros objetos sagrados: antes del Rosh Hashaná o Año Nuevo Judío, y previa a la celebración de la Pascua judía o Pésaj, que conmemora el éxodo del pueblo judío de Egipto escapando de la esclavitud, y que se conmemora en la semana de la primera luna llena de la primavera.




Whisky y coranes

 


Yo en una ocasión me dediqué al contrabando internacional de alcohol, aunque en mi defensa debo decir que lo hice exclusivamente por amor al arte y a la historia, sin ganar ni un céntimo.

Todo empezó en 1972. Unas lluvias torrenciales cayeron sobre Sanaa y se derrumbó un muro de la gran mezquita. Durante las obras de reparación se toparon, detrás de una pared, con un “cementerio de papeles”. Los musulmanes, al igual que los judíos, consideran impiedad tratar los textos sagrados como si fueran basura ordinaria y cuando estos textos están ya inservibles por la vejez se depositan en algún lugar para que sea el tiempo el que los destruya, y no la mano del hombre.

En ese momento yo tenía 12 años, y todavía no daba señales de que con el paso del tiempo me convertiría en una aventurera sin escrúpulos. Me dedicaba a jugar a la china y al elástico, a leer libros de aventuras, y parecía muy inocente, pero el destino había puesto en marcha una sucesión de acontecimientos que me llevaría sin remedio a saltarme leyes humanas y divinas.

Aquellos coranes descubiertos eran los más antiguos conservados hasta el momento. Varias decenas de miles de páginas que, a causa de los siglos y las filtraciones de humedad, formaban una masa compacta de color chocolate necesitada de unos extraordinarios especialistas y unos medios técnicos que no existían ni en ese momento ni en ese lugar. No sé en qué momento empezó la restauración de los coranes ni cómo se determinó que fueran técnicos del Instituto Arqueológico Alemán los que la hicieran, pero en 1993 éstos ya llevaban cierto tiempo con ella, aunque todavía quedaba bastante.

Cuando en ese año preparábamos un viaje a Yemen se nos avisó de que, gracias a las amistades de la mujer de uno del grupo, los restauradores nos recibirían en su taller y nos enseñarían lo que todavía nadie había visto: las más exquisitas páginas de algunos de estos coranes, adornadas con miniaturas y pan de oro, ya perfectamente restauradas. Era una oportunidad única.

Aquellos alemanes llevaban bastante tiempo en Yemen y andaban un poco desesperados por la prohibición de beber alcohol. Podías ir al bar de un hotel de lujo en la capital y tomarte una copa, pero conseguir una botella de lo que fuera para tenerla en casa era harina de otro costal. De forma que se pensó que para corresponder al extraordinario favor que nos hacían sería todo un detalle aprovisionarlos de whisky para una buena temporada.

En Madrid, antes de tomar el avión, cada miembro del grupo compró un botellón de whisky en las tiendas libres de impuestos, y lo pasó en su equipaje de mano. El día en que fuimos al taller de restauración en Sanaa todos nos echamos la botella en la mochila, bien envuelta para que no se notara lo que llevábamos. En la entrada del local había unas estanterías metálicas, para que dejáramos nuestras bolsas y cámaras, y allí pusimos todo.

Pasamos a la sala donde estaban las páginas ya restauradas, bajo unos cristales, y durante un buen rato estuvimos admirando la caligrafía y las preciosas miniaturas. Parecía mentira que aquellas páginas, unos años antes, estuvieran en el mismo estado que lo que todavía permanecía sin restaurar, y que también se podía contemplar en aquella sala, protegido por un cristal: un bloque compacto de color chocolate que difícilmente dejaba adivinar lo que era en realidad. Nos contaron que sólo para separar dos páginas en algunas ocasiones habían necesitado varios días. Con mascarillas y batas fuimos pasando, de cuatro en cuatro, a la sala donde se estaba haciendo realmente el trabajo de restauración, más delicado que la cirugía del cerebro.

Al terminar la visita, sin que nadie mencionara las bolsas que íbamos a “olvidar” en las estanterías de la entrada, nos dimos las gracias mutuamente y nos despedimos entre sonrisas.

Ignoro si aquel whisky se lo bebieron poquito a poquito, estirándolo todo lo posible, o si por el contrario cogieron una curda monumental, de las que hacen época. Probablemente al día siguiente no tenían un pulso tan firme como cuando los visitamos.