sábado, 30 de mayo de 2020

Extraños en Bombay


Hace ya muchos años que aprendí a no creerme (ni a creernos) el centro de todas las cosas. Esa tendencia que tenemos frente a otras culturas de creernos superiores en nuestras diferencias y demás, desapareció viaje a viaje, continente a continente.

Una de las formas más divertidas de este aprendizaje ocurrió en 1985, en mi primer viaje a la India. Para ese momento yo ya había viajado a Italia, Grecia, Inglaterra y Egipto, pero a ningún lugar tan exótico como la India.

Después de una noche en tren y un interminable viaje en avión, cambiando de avión Frankfurt y haciendo una wscala Delhi, llegamos a Bombay. Además del cansancio, nuestros cuerpos y mentes sufrían del típico jet-lag, y todavía nos quedaba lo peor. No teníamos tiempo de descansar porque había que aprovechar las mareas para ir a la isla Elefanta a ver unos templos excavados en la roca. De modo que nos llevaron directamente del aeropuerto al puerto de Bombay. Delante del impresionante monumento, la “Puerta de la India”, nos soltaron con la advertencia de que no nos separáramos para no perdernos entre aquella masa de gente.

No estábamos preparados para contemplar lo que se desarrollaba delante de nuestros ojos. Una multitud que se movía sin parar a nuestro alrededor, esquivándonos con habilidad, todas las mujeres vestidas con saris y los hombres con dhotis, el traje típico de un blanco deslumbrante, un conjunto de colores en las vestimentas de ellas y en los turbantes de los hombres que nos hacía pensar que estábamos mirando por un caleidoscopio, las flores amarillas, naranja y rosa que adornaban las trenzas negrísimas de niñas y jóvenes, el bullicio… No era raro cruzarse con señores muy mayores que llevaban con la mayor naturalidad turbantes rojos, naranjas, rosa fucsia… Estábamos como alelados. En medio de aquel maremágnum, en medio de aquella masa que parecía saber perfectamente a dónde se dirigía, el grupito de europeos pálidos y boquiabiertos, vestidos con nuestros vaqueros o chinos de color beige y verdoso, y con nuestras camisetas blancas de algodón, era como una isla. Sin decir nada, todos pensábamos ¡qué exótico es todo!

De pronto, se nos acerca una parejita joven y nos explican en un inglés bastante decente que eran de un pueblecito pequeño y que estaban de viaje de novios. Él llevaba una cámara de fotos en la mano y pensamos que nos iban a pedir que les hiciéramos una a los dos juntos. Pero resultó que lo que nos pedían era permiso para hacernos una foto a nosotros. Entonces nos dimos cuenta de que los exóticos, los raros, los extraños éramos nosotros. Por supuesto, nos agrupamos y sacamos nuestras sonrisas para aquella foto, pensando en el momento en que aquella pareja volviera a su pueblo y la enseñara a sus asombrados amigos y parientes, con el comentario de “¡Mirad qué gente tan rara se puede ver en la ciudad!”

Desde entonces, tuvimos muy claro que eso del exotismo y la rareza era muy relativo. Y nunca más nos volvimos a sentir el centro de nada.

Masaje birmano


Imaginad que lleváis todo el día circulando por carreteras de montaña de Birmania, estrechas y mal pavimentadas, en un autobús antediluviano, con asientos como potros de tortura. Al caer la tarde nos bajamos del autobús doblados como una alcayata. Hemos llegado a un pequeño aeródromo donde tenemos que tomar un avión. Pero no hay un edificio con salas de espera y cosas así. ¡Qué va! Tenemos que esperar sentados en un poyete de cemento al borde de la pista. Nos da más bien la impresión de estar esperando un autobús al borde de la carretera.

Un poco más allá hay un grupo folklórico, con su vestuario puesto y todo. El resto del “aeropuerto” y sus alrededores está completamente desierto. La situación resulta un poco disparatada. Al final resulta que en el avión que está por llegar viene un político, y los “Coros y Danzas” son para él.

No sé cómo empezó todo, pero en un momento dado nos dimos cuenta de que uno de los empleados del “aeropuerto” le está dando un masaje a uno de mis compañeros, que está con cara de estar llegando al séptimo cielo. Cuando el muchacho termina, mi compañero de viaje le da ¡un dólar!, que el chico se guarda en el bolsillo con toda satisfacción.

Inmediatamente nos acercamos todos, y después de una ardua negociación (porque el muchacho no habla inglés, y nuestro guía está en ese momento arreglando asuntos del viaje), al fin comprende que todos queremos un masaje. Nos pusimos en hilera sentados en el poyete de cemento y el chico fue dándonos el masaje a todos por turno. Y al mismo precio que el primero.

Con las mujeres se cortaba un poco, le daba apuro tocar según qué sitios, y el masaje era un poco más corto, pero por un dólar no se podía pedir más. Terminamos todos tan contentos. Nosotros con el cuerpo un poco más “arreglado”, y él con un fajo de billetes de dólar. Al final nos pareció que el muchacho se había ganado una propina, y creo que añadimos diez dólares más. Fue la primera vez en mi vida que me daban un masaje, y no pudo ser una escena más surrealista.


Encantadores de serpientes. Jaipur. India


Delante del Palacio de los Vientos, estos encantadores de serpientes hacían realidad uno de esos tópicos que todos llevamos en la mente cuando llegamos a India. ¿Espectáculo para turistas? Pues claro. Pero en el fondo nos hubiéramos desilusionado un poco de no encontrarlos.

viernes, 29 de mayo de 2020

Yamur de la mezquita del sultán Hassan. El Cairo. Egipto



Se llama yamur a la barra con la que terminan los alminares de las mezquitas, en la que se ensartan una, dos, tres o cuatro esferas de cobre, bronce o latón, de tamaño decreciente de abajo hacia arriba, doradas y plateadas.

Por una parte, la existencia del yamur responde a razones de índole espiritual, ya que con las diferentes esferas que ascienden hacia el cielo y según su tamaño en sentido decreciente, se quiere representar los diferentes mundos en los que Alá se da a conocer (mulk-mundo material, malakut-mundo imaginario, y yabarut-mundo del poder).

Por otra parte, también tienen el significado de talismanes mágicos, que protegen al edificio de las serpientes, los rayos, etc.

miércoles, 27 de mayo de 2020

Más que nada, por llevar la contraria




Ya mencioné hace días que en el año 93 hice un recorrido por Yemen del Norte en vehículos todo terreno con un grupo de amigos. En ese país el consumo de alcohol estaba prohibido. A los extranjeros les está permitido, aunque se hace bastante complicado porque el alcohol no se vende libremente. Se sirven bebidas alcohólicas en los bares de los grandes hoteles de las tres o cuatro ciudades más importantes, pero fuera de allí es casi imposible de conseguir. Como nosotros íbamos a estar recorriendo todo el país, y la mayor parte del tiempo alejados de esas ciudades, aquella posibilidad no era solución.

Porque ni que decir tiene que estábamos bastante fastidiados con toda esta historia. Bastaba que no pudiéramos tomar unas cervezas cuando quisiéramos para que se nos antojaran más que nunca. En cada vehículo íbamos cuatro y el conductor, y mis tres compañeros de viaje (Manolo, Ignacio y Manolo) y yo decidimos que teníamos que agenciarnos como fuera algunas provisiones alcohólicas. Lo comentamos con el guía y, en un punto del recorrido, en una especie de ventorrillo en mitad de la nada, nos consiguió a precio de oro una caja de veinticuatro botellines de cerveza.

Durante la mayor parte del viaje hizo bastante calor, así que las cervezas estaban más bien calentitas. Entre risas comentábamos que si en cualquier otra parte nos quisieran obligar a tomar una cerveza a aquella temperatura nos hubiéramos planteado acudir a algún tribunal internacional de protección de los Derechos Humanos. En cambio, allí estábamos, disfrutando de nuestra cerveza caliente o, más bien, disfrutando del placer de llevar la contraria.

Si alguien conoce una explicación seria de por qué algo así (a veces incluso a costa de hacer el tonto, si se piensa despacio) nos produce esa intensa satisfacción, por favor que me la cuente.

martes, 26 de mayo de 2020

El Vasa y su museo

Dedico esta entrada a la memoria de mi compañero de trabajo José Francisco Sibón Olano, (El Rubio para los amigos), que fue la primera persona que me habló con su habitual entusiasmo del Vasa y su restauración. Su muerte, en plena juventud, le impidió verlo personalmente. Cuando estuve delante del barco pensé mucho en él.





Suecia fue un gran imperio durante una época, normalmente los asociamos a la paz y la educación típica de los nórdicos, pero bien que les gustó la guerra y anduvieron haciendo de las suyas por el Báltico.

Entre 1626 y 1628 construyeron un enorme barco, el más poderoso de su flota, el Vasa (o Wasa, como quieran pronunciarlo), 52 metros de eslora, 11 y medio de manga, 64 cañones, 145 marineros y hasta 300 soldados, e iba a ser una de las principales armas en la guerra que el rey sueco Gustavo Adolfo II llevaba contra la mancomunidad de Polonia-Lituania.

Pero hubo varios problemas problemas:

-El proncipal, la obsesión del rey en contar con el mayor monstruo que surcara los mares, y a la mayor brevedad. No dejaba de exigir a los constructores más cubiertas, más cañones, hasta lo insostenible.

- Otro,  los astileros de Estocolmo no tenían tanta experiencia en barcos taaaan grandes y el Vasa tuvo el destino más ridículo que semejante barco podría haber tenido...

- Según el barco crecía por el capricho del rey el diseño hubiera debido ser bastante modificado. Por ejemplo, tras la adición de la última cubierta y la hulera superior de cañones, el barco hubiera necesitado 50 toneladas más de lastre, pero no estaba previsto un espacio para ese lastre adicional, y simplemente se desechó la idea de aumentar el lastre

- Se descubrió que algunos de los carpinteros del astillero utilizaban como medida el pie sueco y otros el pie de Amsterdam, dos medidas diferentes, de forma que muchos cañones arriba, poco contrapeso abajo, se movía para todos lados sin control, el casco era demasiado alto, el peso estaba mal distribuido, y para colmo, era asimétrico.


El domingo 10 de agosto de 1628 amaneció con buen tiempo en las aguas cercanas a Estocolmo. El viento era débil y el cielo claro, de modo que muchos curiosos acudieron al puerto de Blasieholmen, junto al Palacio Real, a ver cómo el Vasa realizaba su primera travesía.

El Vasa izó las velas, disparó la salva de saludo y lentamente se hizo a la mar. Sin embargo, cuando apenas llevaban una milla recorrida desde su salida, una ráfaga de viento infló la vela principal. Esto provocó una escora que afortunadamente consiguió corregir, pero pasados unos metros la inestabilidad del barco se hizo patente de nuevo ocasionando una segunda escora, por la cual la primera cubierta de cañones llegó a la línea de flotación y minutos después el galeón se hundió tras acabar volteado. Murieron en torno a 30 personas en el fatal accidente.

Tras recorrer a remolque los primeros cien metros, el capitán del Vasa, Söfring Hansson, dio la orden al fin de «¡Largar trinquete, velacho, gavia y cangreja!». Varios marineros escalaron la arboladura y largaron cuatro de las diez velas, mientras los cañones dispararon una salva de saludo. La feliz señal de que comenzaba el primer viaje del Vasa; la triste señal de que comenzaba el último viaje del Vasa. El galeón de dimensiones homéricas y con un centenar de tripulantes, incluidos mujeres y niños, recorrió solo 1.300 metros. Luego, se hundió.

En apenas unos minutos el Vasa estaba a 32 metros de profundidad, a 120 metros de la costa, 30 marinos se fueron al fondo y no pudieron emerger. Miles de personas presenciaron el hundimiento.

El Vasa pretendía convertirse en el principal buque de la Corona sueca, cuya irrupción en la Guerra de los 30 años había asombrado a todos. Respaldado por una profunda reforma militar, el Rey Gustavo Adolfo II mostró a Europa las virtudes de su caballería y, al calor de las victorias en Alemania, soñó con extender su fuerza también al mar con la creación de una armada de gran calado. El rey no pudo contemplar el desastre porque estaba en plena campaña en Polonia.

   El Vasa, de 64 cañones y centenares de esculturas adornando su popa y su proa, representaba la pretensión del Rey como ningún otro bajel. El nombre del barco hacía referencia a un haz (en sueco «vase»), el símbolo de la dinastía reinante. La nave comenzó a construirse en enero de 1626 y se necesitó talar mil robles para que, dos años después, estuviera lista para entrar en combate.

El rey fue informado de que los daneses estaban construyendo un buque que superaría al Vasa, por lo que ordenó que se añadiera otra cubierta y una doble fila de cañones. El resultado final fue que la hilera inferior de cañones quedó demasiado baja y por esas troneras entró el agua a raudales, sin que las bombas de achique fueran capaces de evacuarla El diseño que impuso el rey fue un barco demasiado pesado y con un centro de gravedad muy alto, que lo hizo sumamente inestable ante el más mínimo golpe de viento.

A la salida de la bahía, junto a Tegelviken, la primera señal de que algo iba mal se percibió cuando el Vasa comenzó a escorar mucho a sotavento. Tras enderezarse parcialmente, frente a Beckholmen cayó de lado y el agua empezó a entrar por las troneras. En cuestión de minutos el barco se hundió con las velas desplegadas y las banderas, así como las esculturas vivamente pintadas. La única prueba de estabilidad que se había hecho consistió en que treinta hombres fueran corriendo por la cubierta de lado a lado. Esa única prueba ni siera se llegó a completar, desistiéndose a la tercera carrera para que el barco no zozobrara en el propio muelle.

Como el culpable del desastre había sido el propio rey, con sus exigencias de unas dimensiones, peso y potencia de fuego disparatados para la tecnología de la época, nadie se atrevió a señalarlo. Con la pelota en el tejado de los constructores, los interrogatorios se trasladaron a los astilleros de Skeppsgarden. El maestro de construcción naval y el arrendatario se libraron bajo juramento, así como el diseñador que había muerto el año anterior, argumentando que todos los planos habían sido aprobados en persona por el Rey. Nadie fue hallado culpable del hundimiento y solo hoy se puede dar una causa aproximada.

Uno de los autores que más ha investigado sobre el tema, Erling Matz, considera que el Vasa era tan robusto como cualquier barco del periodo y tan inestable como cualquier buque con muchos cañones en aquel periodo. No es que estuviera mal construido o tuviera materiales defectuosos, solo estaba mal diseñado. Sin cálculos matemáticos precisos de estabilidad, se terminó construyendo un barco incompatible en su tamaño con un número tan alto de cañones pesados. Un sencillo golpe de viento echó al traste lo que era un diseño experimental.



Ya en el siglo XVII se intentó sacar del fondo del mar al Vasa, si bien pronto se descubrió que pesaba más de lo que podían soportar la tecnología de la época. Los anchos y las anclas resultaron inútiles… Fue necesario que el alemán Andreas Peckell se ofreciera a sacar los cañones con una herramienta llamada campana de buzo cuando habían pasado varias décadas desde el hundimiento. La campana, que formaba una bolsa de aire para respirar bajo el agua cerca de 30 minutos, permitió al equipo rescatar más de 50 cañones entre 1664 y 1665.

Después de 333 años en el fondo del mar, este enorme buque de guerra fue rescatado para que pudiera proseguir su travesía. A día de hoy, el Vasa es la nave del siglo XVII en mejor estado de conservación del mundo. Se exhibe en un museo construido especialmente para ella en la capital sueca. Este tesoro artístico único se compone en un 98% de piezas originales y centenares de esculturas talladas.

El Vasa pasó 333 años en el lecho marino, en 1958-59 lo movieron a menor profundidad y en 1961 fue salvado, estaba en muy buen estado y empezó la restauración para el museo donde reposa hoy.

En el otoño de 1957, los buzos iniciaron el despeje de túneles bajo el navío para los futuros cables de izamiento. El buque emergió del agua el 24 de abril de 1961, recuperándose con él más de 14.000 piezas sueltas de madera. El navío y sus distintos elementos se conservaron por separado, restituyéndose luego las piezas a la manera de un gigantesco rompecabezas.

El Vasa continúa realizando en nuestros días una labor de divulgación sobre su época y hay en curso distintas iniciativas de investigación en torno a la conservación del buque, desde la madera y los pernos hasta su armazón y los restos de tejidos. El objetivo es preservar el Vasa para las generaciones futuras.



Si bien su construcción fue disparatada y apresurada por el capricho de un rey, su restauración fue modélica. El estado de conservación de las maderas era muy bueno. Asi y todo, esta vez sin prosas, se esperó a que la tecnología de la segunda mitad lo hiciera posible, y durante 18 años fue tratado con productos que lo protegieran y conservaran adecuadamente, antes de emprender la reconstrucción del enorme rompecabezas que emergió. Después fue ubicado en un museo construido especialmente para albergarlo, donde se expone de una forma muy didñactica, con información accesible a niños y muchas figuras a tamaño natiral que permiten hacerse a la idea de como resultaría la vida en un buque como ese. Visita muy recomendada





Aquí os dejo un video de la puesta a flote del barco:








lunes, 25 de mayo de 2020

La Sala Azul del Ayuntamiento de Estocolmo



El ceremonial de entrega de los premios Nobel consta de varios actos que se celebran en diferentes espacios: el discurso de aceptación en la Academia sueca, la entrega de la medalla Nobel en la Konzerthuset (Casa de conciertos) y la cena, seguida de un baile de gala, en Sala Azul del Ayuntamiento de Estocolmo.

El edificio del actual Ayuntamiento fue construido entre 1911 y 1923 para sustituir al edificio desaparecido a causa de un incendio en 1878. El concurso de ideas fue ganado por Ragnar Ostberg.

El nombre de la sala procede de la intención original de pintar las paredes de azul. Sin embargo, el color del ladrillo del que está hecho todo el edificio del Ayuntamiento gustó tanto que la dejaron tal cual. También se desechó la idea original de colocar unos grandes espejos. En realidad se trata de un patio cubierto, en el que también se encuentra uno de los órganos más grandes del mundo, con 10.000 tubos.

Existe una anécdota sobre la escalera. Ostberg construyó varias versiones diferentes, con escalones más altos y más bajos. Luego hizo bajar a su mujer vestida de gala y con tacones por cada una de ellas, para que decidiera cuál sería la más cómoda.

domingo, 24 de mayo de 2020

La muñeca egipcia

A la hora de elegir un lugar al que viajar, me detengo a pensar en todo. No sólo de monumentos y museos vive Carmina, sino también de buenos restaurantes y mejores camas. Todo contribuye a que un viaje salga redondo, y una parte del viaje que me encanta es la de las compras. Me encanta estar rodeada de cosas bonitas y la experiencia me ha enseñado que cuando he dudado si gastarme un dinerillo curioso en algo y finalmente no me he decidido a comprarlo, probablemente me arrepentiré toda la vida, con el agravante de que en casa, tarde o temprano, acabaré gastando bastante más en cualquier otra cosa perfectamente prescindible. Desde que llegué a esa conclusión me permito en cada viaje un buen capricho, al que me lanzo sin mirar (nada más que de refilón) precio.

Me vuelve loca un zoco oriental. Concretamente, el de Alepo me disloca. Las dos veces que he estado en esa ciudad, además, me he reservado una tarde para ir completamente sola, sin nadie que me haga perder tiempo, para recorrerme exactamente las calles que quiero visitar y para entrar en cada tienda que me apetezca sin el remordimiento de conciencia de tener a alguien esperando por mis compras.

El resultado es que tengo un buen montón de recuerdos que me acompañarán incluso más que las fotografías tomadas. Con la diferencia de que los veo y los luzco continuamente, mientras que las fotografías sólo de tanto en tanto:  unas turquesas paquistaníes con las que me hicieron unos pendientes diseñsdos por mí, un collar precioso de coral y plata, saris de seda, pulseras de jade de Birmania y de Guatemala, pañuelos de seda italiana, mirra para perfumar la ropa en los cajones, unos pendientes de oro iraquíes que parecen sacados de un tesoro tartésico, alfombras turcas, persas y pakistaníes, pulseras y pendientes de plata beduínos, porcelana inglesa, un icono griego antiguo, cajas de lapislázuli, lacadas, de esmalte y plata o de papier maché iraní, un abanico de plumas de avestruz, un Buda tallado en madera de sándalo, miniaturas indias pintadas sobre marfil, máscaras cingalesas con rostros aterradores, un espantamoscas egipcio hecho de la cola de un caballo, unachilaba iraquí para estar en casa, un típico reloj de cuco de la Selva Negra, un bordado sobre terciopelo con mi signo según el zodiaco birmano que se convirtió en un cojín y hasta una sombrilla de madera y papel encerado como las que usan los monjes budistas. Y algunos libros.

Entre todo ese batiburrillo de objetos exóticos reina en las estanterías de mi estudio una muñeca de trapo que llegó de Egipto. La pobre ha ido adquiriendo un color tostadito, pero sigue con la misma sonrisa del primer día.

Era uno de mis primeros viajes al extranjero, y Carmina todavía era presa fácil para las bandadas de niños que intentaban venderle algo. Un grupo de niñitas que tendrían entre 7 y 10 años me rodearon metiéndome por la cara unas muñequitas de trapo, mientras se empujaban unas a otras (y a mí, de camino). Intentando sobrevivir a aquella marabunta, traté de tranquilizarlas charlando un poco con las dos más mayorcitas, en un inglés chapurreado que daba pena (mayormente por mi parte). Me contaron que las hacían ellas desde que eran pequeñas (más pequeñas aún), y las vendían para ir reuniendo para su ajuar de novia. Me hicieron gracia las muñecas, pero no pensaba comprar media docena, así que compré dos y a las niñas restantes les di una moneda. Una de las muñecas la regalé nada más llegar a España y la otra se instaló cómodamente en una de las librerías.

Y allí sigue, recibiendo a todas las que han llegado después desde Baviera, Sicilia, Marruecos, Líbano, Ibiza, Turquía, Uzbekistán, Chipre, Escocia, Suecia o Bulgaria. Tranquilizándolas, convenciéndolas de que es una buena casa y no hay peligro de niños destrozones que les arranquen la cabeza. Es la hermana mayor de todas, ella lo sabe y como tal se comporta.

Aquellas niñas estarán dentro de muy pocos años enseñando a sus nietas a hacer otras iguales, y seguro que ni se imaginan que una de sus muñecas también está haciendo el papel de matriarca en un grupo tan original.

viernes, 22 de mayo de 2020

Cinco días en Nueva York dan para mucho (2): La importancia de estar bien situado



En mi primera entrega sobre Nueva York me quedé en el punto en que os contaba que tomando el Air Train llegamos desde el mismo aeropuerto enlazamos con el metro . a nuestro destino en Manhatann por solo siete  dólares con cincuenta Y desde ahí sigo.

Lucre y yo organizamos el viaje desde su casa, por internet. Reservamos hotel, compramos billetes de avión, gestionamos el visado, todo en un momento.Pero teníamos algo claro: un hotel de cuatro estrellas en Manhattan, bien situado. Y elegimos uno en la Séptima Avenida que estaba justo enfrente del Madison Square Garden. Es decir, más o menos en la esquina de la Séptima avenida con la calle 34. Del MSG qué os voy a contar. Es un pabellón deportivo multiusos situado encima de la estación Pennsilvania (donde tienen parada un montón de líneas). Por el lado deportivo es donde juegan como locales los New York Knicks (NBA) y los New York Rangers (NHL). Y por el lado musical han dado conciertos allí Lady Gaga, Elvis Presley, Ariana Grande, Michael Jackson, Kiss, Taylor Swift, Britney Spears, Shakira, Jonas Brothers, One Direction, Harry Styles, Adele, Justin Bieber, Vicente Fernández, Mariah Carey, Céline Dion..... Creo que Rocío Jurado también ha cantado allí

Siempre que viajo a una cudad grande elijo un hotel que tenga cerca una estación de metro bien comunicada. En Madrid y Londres tengo mis hoteles fijos que cumplen este requisito.

El hotel está cerca de Times Square, Macy´s, Empire State. Sólo había que cruzar de acera para encontrar justo enfrente un Starbucks. En esa misma avenida se encuentran el Carnegie Hall y el Village Vanguard, uno de los clubs de jazz más famosos de la ciudad.


jueves, 21 de mayo de 2020

El mar Rojo, palmeras y estrellas

Cuando conté mi almuerzo en Moka (Yemen), hice referencia a la noche anterior y prometí escribir sobre ella algún día. Creo que ha llegado el momento, no me gusta dejar temas incompletos.

Ya mientras estábamos preparando el viaje nos habían informado de que en Al-Kawka (pronúnciese Al-Joja) pernoctaríamos en un lugar un poco especial, bajo las estrellas. Llegamos al lugar al caer la tarde. Era un pueblecito en la costa del Mar Rojo que no tenía nada destacable, pero para continuar el viaje nos venía bien pasar la noche allí. Atravesamos el pueblo y lo dejamos atrás, llegando a un palmeral bastante grande en la misma orilla del mar. Al llegar a una playita diminuta encontramos nuestro “hotel”.

   Como se puede ver en la foto, se trataba de un pequeño recinto marcado por un cercado hecho con hojas de palmera secas. Las olas rompían a tres metros escasos de la “no puerta” de entrada. Vamos, más o menos como los programas estos de famosillos a los que dejan en una playa de una isla de por ahí.

En el interior sólo había:

a) una mesa estrecha y larga, bastante rústica, con dos bancos largos a los dos lados;

b) una especie de hamacas para dormir (al aire libre), formadas por un marco de madera con cuatro patas, un trenzado de cuerdas que hacía de somier y una colchoneta encima; sabre las colchonetas pusimos nuestros sacos de dormir (estábamos avisados para llevarlos). Unos cuantos llevábamos además una mosquitera,por si acaso, que nos echamos por encima.

c) dos casetas con aspecto de ir a caerse de un momento a otro, que eran las duchas. Me recordaban a lo que podía haber sido las duchas de “Los Picapiedra”.

Establecimos un turno para las duchas y en seguida llegó la cena, consistente en ensalada, enormes pescados asados en las brasas allí mismo, idénticos a los que comimos en Moka (seguro que eran túnidos, aunque no sé cuales exactamente), y fruta. El silencio a nuestro alrededor era absoluto, sólo se oía como rompían las olas a escasos metros. La temperatura era ideal, las estrellas brillaban y la luna iluminaba aquella escena con más intensidad que las pequeñas lámparas de gas repartidas por el recinto. Si en vez de aquellas lámparas hubiéramos tenido antorchas, aquello hubiera sido ya el colmo de la perfección.

Después de un rato de conversación la gente fue acomodándose en las hamacas. Algunos las sacaron fuera y las pusieron en la misma orilla. Yo antes nunca había dormido al aire libre, y supongo que nunca más lo haré, porque después de esa noche en Al-Kawka, cualquier comparación sería odiosa.

miércoles, 20 de mayo de 2020

De como la inflexibilidad de la Administracion te obliga a decir mentiras




Aprovechando que un compañero de trabajo tiene una baja de diez días por una neumonía, el director del instirutio no reunió en el recreo para recordarnos que  a los inspectores les han encargado como objetivo prioritario para este curso controlar la asistencia de los profesores (otros temas como la violencia y el acoso, la calidad de la enseñanza y el fracaso escolar no son tan importantes, claro está).

A los profesores se nos echa en cara continuamente la gran cantidad de vacaciones que tenemos. Ya hace mucho tiempo que dejé de discutir eso. Si a alguien le parece un chollo, lo tiene tan fácil como dedicarse a la enseñanza, y así entraría a formar parte de esa élite de privilegiados. Lo que parece olvidar todo el mundo es que no podemos elegir la fecha en la que disfrutar nuestras vacaciones y durante gran parte del año no podemos hacer una cosa tan sencilla como ir al banco cuando lo necesitamos. Teniendo en cuenta que, al menos en mi ciudad, los bancos tienen horario de verano durante seis meses al año y las cajas de ahorro no abren ningún sábado del año, resulta que durante más de tres meses al año (mayo, junio, parte de septiembre y octubre) yo no tenía posibilidad de ir al banco ningún día de la semana (2).

Y eso sólo para empezar. Porque tampoco podría asistir, por ejemplo, a la boda de un hijo. Sí, habéis leído bien. Yo he sido testigo de como a una profesora se le informaba de que asistir a la boda de un hijo no se consideraba motivo justificado de falta de asistencia. Teniendo en cuenta que los novios no habían podido elegir ni el día ni la hora de la boda, ya que se trataba de una boda civil y el juzgado imponía el viernes por la mañana, la situación era un puro disparate.

Todo esto me ha recordado cuando en el año 96 tuve que rellenar un impreso para justificar un día de falta (un lunes a la vuelta de las vacaciones de Semana Santa). En el apartado reservado para explicar la causa de la falta escribí lo siguiente (conservo todavía el papel):

Por motivos que el gobierno israelí aún no ha explicado, el ejército de ese país bombardeó la ciudad de Beirut (Líbano), donde yo me encontraba. A consecuencias de ese bombardeo el aeropuerto de Beirut quedó temporalmente inutilizado y todos los vuelos suspendidos, con lo cual el billete Beirut-Madrid que yo tenía para el sábado se convirtió en papel mojado. Sin que nos ofrecieran soluciones, alquilamos un vehículo y nos marchamos a Ammán (Jordania), a través de Siria. Allí conseguimos billetes que avión para el primer vuelo que salía para Europa, que resultó dirigirse a Viena.

Una vez llegados a Viena descubrimos que, a causa de un grave incendio sucedido días atrás en el aeropuerto de Frankfurt, gran parte del tráfico de este aeropuerto se había desviado a Viena, con lo que el aeropuerto de Viena estaba saturado y al borde del caos, por lo que hube de esperar bastantes horas hasta poder volar a Madrid (1). A resultas de todo ello, llegué a Madrid a las tres de la madrugada del lunes, sin posibilidad de seguir viaje hasta Sevilla hasta ese mismo día a media mañana. No recuerdo como llegué a Cádiz, si en tren o en autobús.

(Ignoro si sufrir una acción de guerra se considera motivo justificado de falta de asistencia. He consultado el Estatuto de los Trabajadores y toda la legislación que he podido, pero no he encontrado nada al respecto. Agradeceré me responda a esta consulta por si otra vez me sucediera.) No tengo justificantes oficiales pero imagino que el bombardeo de Beirut y el incendio de Frankfurt salieron publicados en la prensa nacional.

El Jefe de Estudios leyó toda la parrafada, me miró con mucha sorna y me dijo: “Anda, rompe ese papel y rellena otro poniendo indisposición leve, que encima se va a creer que le estás tomando el pelo”. Yo, con cara de inocencia, le comenté que era la pura verdad, y que no se me había pasado por la cabeza mentirle a un inspector, pero si él pensaba que era mejor así, por mí no había problema. Rellené otro papel, tal como él me había dicho, y hasta el día de hoy, en que sigo sin saber si mi falta hubiera estado justificada, aunque viendo lo que le contestaron a la de la boda, me huelo que no.

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(1) Después de varias horas esperando en el aeropuerto de Viena, por fin embarcamos Una vez que embarcamos y sentados en nuestros asientos, estuvimos como una dos horas haciendo cola con otro montón de aviones en una de las pistas pequeñas que llevan a la pista de depegue. Una vez en primer lugar de la cola, tuvimos que esperar a que unos operarios, subidos a unas escaleras, quitaran el hielo de los flaps de las alas con un chorro de vapor. Después de esas operaciones, por fin despegamos.

(2)El último curso en que trabajé tuve la suerte de que los viernes entraba  a segunda hora, los cuatro días restantes, a las 8. De forma que el primer viernes de mes, camino de la estación de tren, pasaba por mi banco, y sacaba dinero para todo el mes, que tenía que durarme hasta el primer viernes del mes siguiente 

viernes, 15 de mayo de 2020

Carmina en la selva

En el post anterior relaté como, después de una tontería que podía haber terminado en tragedia, me prometí tener más cuidado y no dejarme llevar por impulsos que me podían costar un disgusto (ver "El día en que nací por segunda vez", en el apartado Egipto). Hoy quiero constatar, una vez más, que no tenemos remedio y caemos una y otra vez en los mismos errores. Sirva este post también para pedir disculpas a mi ángel de la guarda, al que he hecho trabajar horas extraordinarias.

Hoy veo claramente que después de aquel viaje por Egipto no dejé de correr riesgos innecesarios, sobre todo viajando por Oriente Medio. Prometo que en el momento yo no veía el peligro, porque no tengo tendencias suicidas en absoluto. Es observando en la distancia que dan los años cuando veo el peligro de muchas de aquellas situaciones. En mi descargo puedo alegar que no estaba sola, sino acompañada por un manojo de locos inconscientes como yo, que hubiéramos hecho un bonito grupo de cadáveres: treintañeros, cultos, viajeros experimentados, sofisticados y moderadamente atractivos.

Pero mi relato de hoy trata de otro viaje, mi último disparate hasta el momento, durante un viaje que hice sola a Guatemala. Hacía ya años que deseaba ir a ese país y no tenía paciencia para esperar a que alguno de mis amigos estuviera dispuesto a acompañarme, así que lo organicé todo para una Semana Santa y me marché.

No voy a contar ahora mi recorrido por las preciosas ciudades coloniales, la experiencia de cruzar un lago rodeado de volcanes o lo que se siente cuando por primera vez el suelo tiembla bajo tus pies, sino una excursión a un sitio arqueológico maya llamado El Ceibal, dentro del parque natural del mismo nombre.

El viaje tenía para mí varios focos de interés: las ciudades coloniales del altiplano y las ruinas mayas del Petén, la más conocida de las cuales es Tikal. Pero como estaba segura de que Tikal estaría más concurrida que EuroDisney, cuando se me planteó la posibilidad de visitar el yacimiento de El Ceibal, mucho más desconocido porque todavía está en excavación, y con muy pocos visitantes, acepté enncantada.

Llegué a Santa Elena, a un aeropuerto pequeño, y allí me esperaban un guía y un conductor con un todo-terreno estupendo. El guía me comentó que nuestro destino estaba a varias horas, así que era mejor salir directamente y no perder un tiempo precioso pasando antes por el hotel. Me pareció bastante lógico y salimos directamente desde el aeropuerto, por una carretera sin asfaltar, aunque en bastante buen estado. Después de dos horas, llegamos a Sayaxché, a orillas del Río de la Pasión, donde dejamos al coche y al conductor (un tipo bastante taciturno que no había abierto la boca en dos horas), y nos embarcamos en una lancha para remontar el río en un trayecto que duró una hora.

Desembarcamos en la orilla opuesta, completamente cubierta de vegetación hasta la misma orilla. Aquella es zona de bosque tropical húmedo (yo lo llamaría directamente selva). Ante nosotros, un estrecho sendero que subía en una cuesta bastante empinada a través de la selva. Después de unos 20 minutos andando, por fin llegamos al yacimiento. En todo el camino no nos habíamos cruzado con nadie, y entonces fue cuando pensé:

a) que estaba lejísimos de cualquier parte (a tres horas y media, más o menos, en coche, barco y a pie);
b) que por allí no había ni un alma;
c) que nadie sabía que estaba allí, porque ni siquiera había pasado por el hotel a registrarme y a dejar mi equipaje, así que nadie podía echarme de menos, por lo menos durante unos días, si pasaba algo;
d) que yo no podía asegurar que aquella gente fuera realmente lo que decía ser;
e) que para aquella gente tan modesta, lo que yo llevaba encima (dólares, tarjetas de crédito, documentación, dos cámaras de fotos muy buenas) podían representar el sueldo de varios años.

Y entonces sentí miedo. Por primera vez en muchos años de viajes, sentí miedo.

La verdad es que el pobre muchacho que era mi guía no tenía un aspecto siniestro ni mucho menos, pero mientras me hablaba sobre las estelas mayas yo no podía dejar de montarme una película en la cabeza. Aquella visita se me hizo larguísima, y respiré aliviada cuando terminó y comenzamos a bajar el senderito hacia el río. Allí nos esperaba la lancha, y volvimos a hacer el recorrido por el Río de la Pasión (¡Madre mía, cómo suena eso!) en dirección contraria.

Mi guía sacó de su mochila nuestro almuerzo (huevos duros, unas empanadas rellenas de carne y fruta) y comimos en la lancha mientras volvíamos a Sayaxché. Ya para entonces estaba más relajada, porque me había convencido a mi misma de que si hubiera tenido intención de darme un cascamazo en la cabeza para robarme el sitio ideal hubiera sido El Ceibal, allí, en mitad de la selva y sin testigos, así que empecé a disfrutar de la excursión, de la comida, de la vista del río y de todo. El coche y el conductor estaban en el mismo sitio donde los dejamos, y emprendimos el regreso por carretera.

Cuando me dejaron en mi hotel, que era bastante lujoso y tenía una pequeña sala con dos ordenadores y acceso a Internet a disposición de los clientes, corrí a escribir un e-mail a mis amigos, con la excusa de contar mi excursión de aquel día. Pero en el fondo creo que lo que yo quería es que alguien supiera con exactitud donde estaba, y donde iba a estar al día siguiente, por si las moscas.

A partir de ese momento decidí que yo ya no tenía edad para esos sobresaltos, y que yendo sola no volvería jamás a ponerme yo misma en una situación que pudiera darme un disgusto. He hecho después más viajes, sola y acompañada, pero hasta el momento he sido bastante prudente.

El día en que nací por segunda vez

COMPLEJO FUNERARIO DE FARAÓN DZOSER EN SAKARA
Las dos cosas más interesantes que he hecho en mi vida han sido viajar y dedicarme a la arqueología durante ocho años. Los viajes me han proporcionado algunas experiencias tan increíbles que parecen inventadas, y es que hace ya muchos años di con un grupo de gente muy especial, que tenía la particularidad de que viajaba a esos sitios donde todavía no viajaba nadie, lo que me llevó a algunos destinos muy poco habituales.

Al principio los viajes eran normalitos (Italia, Inglaterra, Grecia, Egipto…). Luego nos fuimos envalentonando y acabamos con un pasaporte que parecía propiedad del famoso Carlos, aquel terrorista tan buscado: Irak (en la época en que todavía estaba en guerra con Irán), Líbano (la vuelta de aquel viaje fue una verdadera odisea, por culpa de un bombardeo israelí), Uzbekistán, Pakistán (luego me enteré de que habíamos estado tan campantes en el lugar más peligroso del mundo en ese tiempo, aunque aparentemente todo estuviera tranquilo)… En fin, poco a poco iré intercalando esos relatos, que tampoco quiero saturar al personal de ese tipo de anécdotas (los que sean de mi quinta se acordarán del Capitán Tán, un personaje del programa de televisión Antena Infantil, que siempre estaba diciendo: “en mis viajes por todo lo largo y ancho de este mundo…”).

En fin, El Cairo, noviembre de 1983 (esto me recuerda otra serie de televisión; la vieja de “Las Chicas de Oro” siempre empezaba así las historias). Carmina tiene 24 añitos recién cumplidos y no se piensa mucho las cosas antes de hacerlas. Ella y sus amigos están hasta el copete del guía egipcio, que es un beduíno convencido de ser superior al resto de los mortales, y han decidido que no van a pasarle ni una más. Al día siguiente van de excursión a Sakkara, y como la carretera sólo llega hasta un punto, han de hacer el resto del recorrido en camello, caballo o calesa. Calesas hay muy pocas, y suelen dejarlas para las personas mayores; el camello tiene ese paso tan incómodo que te deja destrozada, así que deciden ir a caballo. En ese momento se están tomando unas copas impresionantes de cerveza helada en el bar del Holiday Inn porque, aunque sea noviembre, hace un calor tremendo. Y a alguien se le ocurre la idea: “Hacemos una carrera, y el último en llegar paga las cervezas”. Maireen ha montado mucho a caballo desde pequeña, y no le parece mal la idea; hasta puede ganar.

Y entonces el hp del guía le dice a un amigo de Carmina que cómo se rebaja de esa manera, que ganarle a una mujer no tiene mérito alguno. La cosa se va calentando y al final la famosa carrera de las cervezas ha pasado a ser un desafío entre Carmina y el guía. Todos los del grupo confían en ella para que dé su merecido al odioso tipo y dejan muy claro que el honor de todos descansa en aquella carrera.

Al día siguiente, llegados al lugar donde se deja el autobús, empieza el desafío. Durante la mañana se va a hacer un trayecto en forma de triángulo: de la salida al complejo funerario de Zoser, de allí al Serapeum y vuelta al punto de partida. Uno de los amigos de Carmina graba la carrera con su cámara desde el punto de salida y otro está en la llegada. Carmina está un poco nerviosa porque el caballo está ensillado con silla inglesa, y ella está acostumbrada a la montura vaquera, pero lo disimula.


Pistoletazo de salida. Carmina y el guía salen disparados, y llegan… los dos a la vez. A falta de “photo finish” se declara oficialmente empate. Tranquilos, que quedan dos trayectos más. Por lo menos el egipcio se ha dado cuenta de que esta niña no estaba vacilando cuando decía que montaba bien.

Carmina desmonta con las piernas un poco temblonas de la tensión, y del esfuerzo de acostumbrarse a una silla y unos estribos que no conocía, pero muy satisfecha consigo misma. La visita al complejo funerario de Dzoser transcurre tranquilamente.

Segundo trayecto. Carmina y el guía vuelven a salir disparados, y cuando van uno junto al otro (más pegaditos no pueden ir los caballos), el egipcio de las narices se inclina sobre el caballo de Carmina y le pega un alarido junto a la oreja que el pobre animal se lleva un susto de muerte. El caballo da un bote como un Harrier en despegue vertical, y a Carmina se le sale el pie derecho del estribo. El caballo va a todo galope y Carmina, sin la sujección del estribo, se va resbalando poco a poco hacia la izquierda mientras intenta controlar al caballo, pero no puede. Se cae y el caballo la arrastra durante un buen trecho, porque su pie izquierdo está atrapado en el estribo. El tiempo se le hace eterno, pero por fin se le sale el pie del zapato (¡ojo!, el zapato sigue en el estribo, si llega a llevar botas se mata). El caballo sigue galopando como loco.

Carmina se levanta y comprueba milagrosamente que no se ha roto nada. Es más, no se ha hecho ni un arañazo, aunque parezca mentira. El egipcio se da entonces cuenta de la barbaridad que ha hecho; el grupo se le echa encima llamándolo de todo, amenazándolo con denunciarlo. Carmina, que todavía ni se cree la suerte que ha tenido, muy chula ella, manda al egipcio a que vaya a recoger su caballo, que está donde Cristo perdió el mechero, y tranquiliza al grupo. A partir de ese momento se da el gustazo de tratar al egipcio como si fuera una basurilla, en justa venganza. La excursión sigue, como estaba previsto, y el egipcio es requerido para que pague las cervezas de todo el grupo.

Al día siguiente pasan dos cosas. A Carmina le duelen hasta las pestañas, y el egipcio llega con un libro precioso del Museo del Cairo para ella. Todos han decidido que no van a decir nada al jefe del egipcio, porque además están encantados de verlo arrastrarse como un gusano.

Maireen, en agradecimiento a haber nacido por segunda vez, hace la firme promesa de no volver a cometer tontería semejante; promesa que, como veremos en otra ocasión (ver el siguiente post), no cumplió.

jueves, 14 de mayo de 2020

Donde fueres......¿haz lo que vIeres? Pues no siempre




En otra ocasión relaté mi llegada a Iraq, cuando todavía se encontraba oficialmente en guerra con Irán, y fue curioso comprobar como, durante dos semanas, nos movimos por el país con una libertad que se les negaba, por ejemplo, a los periodistas que habían ido a cubrir las elecciones generales que se celebraron en esos días. Fueron alojados por los iraquíes en el hotel Sheraton con todas las comodidades posibles, pero no pudieron dar ni un paso por las calles de Bagdad. Mientras tanto, nosotros caminábamos a nuestro antojo por la misma ciudad. Como consecuencia, en el viaje de vuelta a Madrid, en el avión, les contábamos lo que ellos no habían podido ver, y más de uno utilizaría esa información para escribir sus crónicas.

En Bagdad tuvimos una mañana libre, allí era justamente día de elecciones. En esa mañana, cuatro chicas nos acercamos al barrio chiíta de Khadimiya, y pasamos gran parte de la mañana recorriendo el mercado. Recuerdo que nos impresionó la gran cantidad de joyerías, con escaparates tan cargados de oro que no se podían mirar sin ponerse unas gafas de sol.

En una plaza encontramos la gran mezquita chiíta de Bagdad, y se nos ocurrió que teníamos mucha curiosidad por conocerla por dentro. En la plaza, en una especie de quiosco abierto, un montón de velos negros colgaban de unas perchas, por si alguien lo necesitaba para entrar. Desde la primera vez que viajé a Siria y tuve que usar uno de esos velos (con bastante aprensión por mi parte) para entrar en la mezquita de Damasco, yo llevaba a todos estos viajes el mío propio, siempre guardado en la mochila. Las otras tres no lo tenían, por lo que no tuvieron más remedio que coger uno de los que estaban allí colgados.


Decidimos que si nos tapábamos bien la cara y hacíamos lo mismo de todo el mundo nadie tenía por qué darse cuenta de quiénes éramos. Con la imprudencia que da la juventud nos unimos a la multitud que entraba. Al llegar a las puertas, nos fijamos en que todo el mundo las besaba con fruición (en la foto), y nosotras no íbamos a ser menos. Además, teníamos a la gente demasiado cerca y no nos atrevíamos a fingir, así que realmente pegamos los morros a la puerta con toda nuestra alma. Después de un paseíto por el interior, y con la intranquilidad de que alguien nos descubriera, no nos entretuvimos mucho y volvimos a salir.

Ya de vuelta en el hotel, almorzando con todo el mundo, cada uno hablaba de lo que había hecho esa mañana. Al nombrar nosotras el barrio y la mezquita, el guía empezó a contar lo importante que es esa mezquita para los chiítas, la cantidad de gente que se junta para la oración del viernes, y cómo era costumbre que los chiítas de Bagdad, cuando se les moría alguien, camino del cementerio se pasaran por allí, y sacando el brazo derecho del muerto del sudario que lo envuelve (lo llevan en unas parihuelas, sin ataúd), restregaran bien restregada la mano del cadáver por la puerta de la mezquita. En ese momento nos miramos las cuatro, cayendo en la cuenta de que habíamos puesto la boca en una puerta manoseada por todos los muertos chiítas de Bagdad y sus alrededores. Y a saber de qué habían muerto la mayoría.

Nos pasamos los días siguientes mirándonos al espejo con toda atención, casi esperando el momento en que los labios se empezaran a poner negros y se cayeran a trozos. Por lo tanto, y a pesar de lo sabio que se dice que es el refranero, hacerle caso también tiene sus riesgos.

miércoles, 13 de mayo de 2020

El Crac de los Caballeros, Siria




   Lo último que esperaba encontrar en un rincón de Siria, sobre una colina volcánica de 650 metros de altura, era un espectacular castillo más propio de Francia o España. Para los musulmanes es la confirmación de que por espectaculares que sean las invasiones de los occidentales, acabarán siempre vencidos.

´Cinco días en Nueva York dan para mucho (1): el Metro

Cinco días en Nueva York dan para comentar bastante, así que escribiré varias entradas al respecto con mis impresiones. Y empezaré justo por el principio, por mi primera impresión sobre lo que vi allí.

Cuando llegas al aeropuerto JFK, que es el principal aeropuerto de la ciudad, con nueve terminales y 50 millones de viajeros anuales, lo primero es decidir cómo te vas a desplazar hasta la ciudad.

Un taxi desde el aeropuerto a cualquier lugar de Manhattan cuesta $45 más los peajes (1). Aunque digan que por este medio se tarda media hora, yo aseguraría que es algo más. Se supone que por $100 hay limusinas, pero a mí me parece una horterada tan grande que me daría vergüenza. Antes que eso recurriría a microbuses o taxis colectivos, que vienen a costar unos $15-20 por persona.

Pero en este caso lo más barato no es tan incómodo o lento como para desecharlo automáticamente (2), así que yo recomiendo lo que utilicé. En primer lugar, el Air Train, que es gratuito para moverse entre las distintas terminales y cuesta sólo $5 dólares hasta enlazar con el metro. Su punto de salida está bien señalizado desde el interior del aeropuerto y se llega en un momento al andén. Los trenes son constantes, nuevos y  muy limpios.



Al final del trayecto enlazas con una línea de Metro cuyo billete cuesta $2’5. Es decir, llegamos desde el aeropuerto al centro de Manhattan por $7’5 y en lo que me pareció un tiempo bastante reducido.

El Metro es otra cosa. Deteriorado, anticuado, sucio… Las estaciones con esos azulejos blancos de lechería antigua, con chorreones de suciedad, pinturas descascarilladas, barandillas oxidadas, y todo muy oscuro y tétrico.





Da la impresión que desde que inauguraron el metro en 1904 no han gastado ni un centavo en renovarlo, fuera de los obligados cambios técnicos. Los vagones también tienen un aspecto bastante penoso. Y no creo que el deterioro sea por culpa de los viajeros. En cinco días usé mucho el metro y no vi a nadie tirar papeles al suelo o maltratar algo de ninguna forma. Y el mal aspecto de todo no es algo circunscrito sólo a las zonas marginales y pobres. Las líneas que corren por las zonas más exclusivas de Manhattan están exactamente igual que todo el resto. Da más bien la impresión que su mal estado y su aspecto sucio es por una total falta de mantenimiento por parte de la empresa que lo gestione, que ignoro si es pública o privada.

Ahora comprendo bien que los americanos que vienen a España se queden alucinados con el Metro de Madrid porque, aunque existan vagones y estaciones un poco más anticuadas, la mayoría ofrece un aspecto que, por comparación con el de Nueva York parece modernísimo y lujoso.

Otra cuestión es lo confuso de su trazado. Desde luego no se lo ponen fácil al usuario Tiene más de 1.000 kilómetros, 468 estaciones y 26 líneas diferentes, pero he utilizado el Metro de otras grandes ciudades y nunca me he encontrado algo tan mal planificado.

Para empezar, muchas líneas tienen simultáneamente dos formas de recorrerlas: local y express. Las locales van parando en todas y cada una de las paradas, y las express paran sólo en las paradas más importantes. Esta segunda forma es bastante más rápida si tienes la suerte de que la estación a la que te diriges tenga parada en la línea express. Pero como ambos trenes van por el mismo sitio, has de tener muchísimo cuidado de no confundirte. Ante la duda, tomar siempre un tren de la local, y así no pasarás de largo tu parada.

Otro problema es que distintas líneas comparten las mismas vías y andenes con mucha frecuencia y durante muchos kilómetros. Por ejemplo, un trayecto bastante largo, con muchas estaciones, puede ser recorrido por cuatro líneas diferentes, de forma que también hay que estar muy atento a cuál de ellas pertenece el tren que está parando en el andén, lo que muchas veces no es tan evidente porque los rótulos son más bien pequeños y además las diferentes líneas ostentan el mismo color (también en el plano).

Por último, la distribución de las líneas parece muy mal hecha. En algunos sitios se pueden acumular cuatro líneas que tienen prácticamente el mismo recorrido (en sentido norte-sur) y paran en las mismas estaciones, mientras que para desplazarte entre dos puntos cercanos puedes necesitar más de un trasbordo, simplemente porque apenas hay líneas en sentido este-oeste.

En resumen, que al Metro le pongo una nota bastante baja por su estado de deterioro, la mala planificación de su trazado y la complicación innecesaria de la mezcla de líneas en las mismas vías.

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(1) Al regreso utilicé uno de los coches que pone el hotel a disposición de los clientes. Costó $55 (entre dos personas) pero la comodidad compensaba porque eran las 4 de la tarde y llevábamos cinco días de viaje y nueve horas ininterrumpidas de patearnos la ciudad. Tardó unos 45 minutos desde el hotel hasta el mismo mostrador de embarque (que está al aire libre, antes de entrar en el edificio del aeropuerto) y gracias al asiento enormemente confortable me dormí una siestecita que me vino muy bien.

(2) A menos que tengas un impedimento para moverte normalmente o lleves tanto equipaje que lo desaconseje.

Budas en las cuevas de Pindaya (Mianmar)



Después de subir por unas interminables escaleras que bordean una sierra de piedra caliza cercana al lago Inle, entramos en las cuevas de Pindaya donde, dispuestas en un camino formando un laberinto a través de varias cámaras de la cueva, se amontonan más de 8.000 imágenes de Buda, la mayoría de las cuales tienen varios siglos.

Almuerzo en el pais de las mil y una noches

Era el año 93, y estaba recorriendo el Yemen con mi grupo de amigos viajeros. Viajábamos en coches todo-terreno, en cada coche un conductor y cuatro pasajeros. Después de una noche alucinante pasada en un lugar llamado Al-Kawka (que contaré en otra ocasión), cubrimos la distancia entre Al-Kawka y Moka conduciendo por la playa. ¡Pero hablo literalmente! Es decir, los coches iban por la arena, por la misma orilla (en otras ocasiones íbamos por lechos secos de ríos o, simplemente, campo a través; nunca en mi vida había hecho tantos kilómetros sin usar carreteras).

A mi lo de Moka me sonaba a Las Mil y una Noches. Sabía que el puerto de Moka le había dado nombre al café, por su gran calidad; que desde allí salía de Arabia para el resto del mundo… Y cuando llegamos nos encontramos.......... con un villorrio de calles desiertas, azotado por el viento.



Al parecer, el mejor sitio que había para comer era una especie de barracón donde hacía un calor infernal (me parece recordar que el techo era de uralita). Cuando nuestro guía habló con el “maitre”, éste agrupó a todos los paisanos y nos despejó varias mesas. Acto seguido, las cubrió con hojas de periódico (eran los manteles), y puso en cada mesa una botella de agua mineral y una caja de Kleenex. Y eso fue todo. En ese punto ya estábamos con la risa floja, aunque todavía aguantábamos un poco porque no queríamos ofender a los ¿mokitas? (¿o mokanos?).



Al poco rato nos trajeron una fuente enorme de aluminio con un pescado asado. Ya para entonces habíamos entendido que no había cubiertos, ni platos, ni servilletas… Así que con las manos fuimos cogiendo trozos del pescado y pasándonos la botella de agua. Tengo que reconocer que el pescado estaba buenísimo, aunque sería incapaz de identificarlo.

Pero aquello no podía acabar así, no señor. Tenía que pasar algo más que acabara con la brizna de autodominio que nos quedaba. Y la apoteosis llegó en forma de una cabra enorme de color blanco que entró por el “restaurante” como Pedro por su casa y se fue derechita a la fuente donde permanecían los restos de nuestro pescado. La cabra metió la cabeza entre  las dos personas que yo tenía enfrente, y comenzó a zamparse lo que quedaba, ante la total indiferencia del resto del personal, lo que nos hizo pensar que era cliente habitual del establecimiento. Ahí sí que soltamos ya la carcajada, y no paramos de reírnos hasta que salimos.

Por cierto, en el exterior vimos como se fregaban los cacharros. En la misma orilla, un chiquillo en cuclillas frotaba las fuentes grasientas con puñados de arena húmeda y luego las enjuagaba en el agua del mar. Nada de detergente ni tonterías.