Su papel como Kumari continua hasta que vierte sangre por primera vez, ya sea porque se haga cualquier herida (para evitar eso jamás pone un pie en el suelo, la llevan en brazos, en unas andas, en una carroza en las procesiones religiosas), ya sea por la menarquía. A partir de ese momento vuelve a ser una mortal y se elige a una nueva niña. Mientras sea la kumari ni saldrá del palacio, excepto para algunas fiestas. Normalmente, sus padres dejan sus trabajos para servirla. Solo puede comer un comida ritual, "pura".
Una Kumari deja de serlo cuando tiene su primera regla. En ese momento comienza el proceso de selección de la siguiente, entre las niñas de la casta Shakya, y para ello deben poseer 36 virtudes que las hacen "perfectas", entre ellas el color de sus ojos, la forma de sus dientes o el tono de su voz.
También se dice que trae mala suerte casarse con una ex-kumari.
Yo, como todos los turistas que pasan por Katmandú, fui a ver a la Kumari. No todos los días se puede estar a escasos metros de una diosa viviente. A mi alrededor, otras personas comentaban el hecho con la típica actitud condescendiente: "Pobrecillos, ¿cómo van a progresar mientras tengan estas creencias?" "Y esa niña da lástima porque después de pasar su infancia tratada como una diosa, ¿cómo va a adaptarse al mundo real?"
A mí entonces me quedaba una pizca de prudencia, por lo que me callé lo que estaba pensando: "¿Y eso lo decís vosotros, que tenéis en cada casa dos o tres Kumaris, aunque se llamen Alejandro, María o Julia? ¿Vosotros, que no sólo endiosáis a vuestros hijos sino que también pretendéis que los demás compartamos esa adoración? ¿Vosotros, que los inundáis de regalos, que los enseñáis a rehuir las obligaciones, que los hacéis vivir en un mundo inexistente dificultando su crecimiento y maduración personal?"