jueves, 2 de septiembre de 2021

Whisky y coranes

 


Yo en una ocasión me dediqué al contrabando internacional de alcohol, aunque en mi defensa debo decir que lo hice exclusivamente por amor al arte y a la historia, sin ganar ni un céntimo.

Todo empezó en 1972. Unas lluvias torrenciales cayeron sobre Sanaa y se derrumbó un muro de la gran mezquita. Durante las obras de reparación se toparon, detrás de una pared, con un “cementerio de papeles”. Los musulmanes, al igual que los judíos, consideran impiedad tratar los textos sagrados como si fueran basura ordinaria y cuando estos textos están ya inservibles por la vejez se depositan en algún lugar para que sea el tiempo el que los destruya, y no la mano del hombre.

En ese momento yo tenía 12 años, y todavía no daba señales de que con el paso del tiempo me convertiría en una aventurera sin escrúpulos. Me dedicaba a jugar a la china y al elástico, a leer libros de aventuras, y parecía muy inocente, pero el destino había puesto en marcha una sucesión de acontecimientos que me llevaría sin remedio a saltarme leyes humanas y divinas.

Aquellos coranes descubiertos eran los más antiguos conservados hasta el momento. Varias decenas de miles de páginas que, a causa de los siglos y las filtraciones de humedad, formaban una masa compacta de color chocolate necesitada de unos extraordinarios especialistas y unos medios técnicos que no existían ni en ese momento ni en ese lugar. No sé en qué momento empezó la restauración de los coranes ni cómo se determinó que fueran técnicos del Instituto Arqueológico Alemán los que la hicieran, pero en 1993 éstos ya llevaban cierto tiempo con ella, aunque todavía quedaba bastante.

Cuando en ese año preparábamos un viaje a Yemen se nos avisó de que, gracias a las amistades de la mujer de uno del grupo, los restauradores nos recibirían en su taller y nos enseñarían lo que todavía nadie había visto: las más exquisitas páginas de algunos de estos coranes, adornadas con miniaturas y pan de oro, ya perfectamente restauradas. Era una oportunidad única.

Aquellos alemanes llevaban bastante tiempo en Yemen y andaban un poco desesperados por la prohibición de beber alcohol. Podías ir al bar de un hotel de lujo en la capital y tomarte una copa, pero conseguir una botella de lo que fuera para tenerla en casa era harina de otro costal. De forma que se pensó que para corresponder al extraordinario favor que nos hacían sería todo un detalle aprovisionarlos de whisky para una buena temporada.

En Madrid, antes de tomar el avión, cada miembro del grupo compró un botellón de whisky en las tiendas libres de impuestos, y lo pasó en su equipaje de mano. El día en que fuimos al taller de restauración en Sanaa todos nos echamos la botella en la mochila, bien envuelta para que no se notara lo que llevábamos. En la entrada del local había unas estanterías metálicas, para que dejáramos nuestras bolsas y cámaras, y allí pusimos todo.

Pasamos a la sala donde estaban las páginas ya restauradas, bajo unos cristales, y durante un buen rato estuvimos admirando la caligrafía y las preciosas miniaturas. Parecía mentira que aquellas páginas, unos años antes, estuvieran en el mismo estado que lo que todavía permanecía sin restaurar, y que también se podía contemplar en aquella sala, protegido por un cristal: un bloque compacto de color chocolate que difícilmente dejaba adivinar lo que era en realidad. Nos contaron que sólo para separar dos páginas en algunas ocasiones habían necesitado varios días. Con mascarillas y batas fuimos pasando, de cuatro en cuatro, a la sala donde se estaba haciendo realmente el trabajo de restauración, más delicado que la cirugía del cerebro.

Al terminar la visita, sin que nadie mencionara las bolsas que íbamos a “olvidar” en las estanterías de la entrada, nos dimos las gracias mutuamente y nos despedimos entre sonrisas.

Ignoro si aquel whisky se lo bebieron poquito a poquito, estirándolo todo lo posible, o si por el contrario cogieron una curda monumental, de las que hacen época. Probablemente al día siguiente no tenían un pulso tan firme como cuando los visitamos.

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