viernes, 24 de julio de 2020

El templo dorado de Dambulla. Sri Lanka


En Dambulla se conserva un conjunto de cinco cuevas excavadas en la roca que forman un monasterio budista. El budismo llegó a la isla en el siglo III a. C. El complejo se remonta a los siglos III y II a. C, Y de inmediato el lugar se convirtió en lugar de refigio para los monjes. Lleva unos 2,000 años sirviendo como centro espiritual. Y  aún funciona como tal. Las cuevas están decoradas con 153 estatuas de Buda, 3 estatuas de reyes singaleses y 4 de dioses y dioses hinduistas, y más de 2,000 metros cuadrados de pinturas murales. Las cuevas fueron excavadas en la base de una roca que sobresale 160 metros sobre la llanura circundante. Hay más de 80 cuevas en los alrededores, aunque estas cinco son las más importantes y vusitadas. Fueron  declaradas patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 1.991. Cada una de las cuevas tiene su propio nombre: Cueva del Rey Divino, Cueva de los Grandes Reyes,  Gran Monasterio Nuevo, Sin embargo, el conjunto es conocido con el nombre colectivo de  Templo Dorado de Dambulla.


El conjunto se conserva en extraordinarias condiciones. Las actuaciones de conservación se centraron en los años ´60 en la limpieza de las pinturas y se mantiene inalterado desde la reconstrucción del porche en 1.938


La más grande de las cuevas es la segunda, mide 52 metros de este a oeste, 23 metros de la entrada al fondo y 7 metros de altura. Contiene 56 estatuas de Buda y algunas otras de otros personajes. En su interior hay un manantial  que fluye a través de una grita del techo. Se dice que sus aguas son curativas. También contiene una dagoba, que es el nombre que reciben las stupas en Sri Lanka.


Aunque todo en estas cuevas es impresionante. Para mi lo más importante es que, después de muchos años de viajes, visitando iglesias, mezquitas, templos hinduistas, jainistas y monasterios de toda clase de creencias,  dentro de una de ellas caí en la cuenta de que existe algo común a todos los lugares considerados sagrados por alguna comunidad: se respira un clima especial, una paz que todo lo invade, una sensación que eriza la piel, algo que pone en marcha un deseo repentino de sentarse en silencio y dejar pasear la vista por cada rincón, cada detalle. y la mente vagar a su antojo. Además de sentir una especie de conexión con las personas desconocidas que han pasado por allí, incluso las de otras épocas.


jueves, 23 de julio de 2020

El hombrecillo de Mari




Cuando, a principios de 1.989 recibí una carta con la información de que ese año viajaríamos a Iraq, casi no lo pude creer. Al fin y al cabo, el país estaba en guerra con Irán desde 1.980. Irán e Irak se comportaron como dos animales salvajes, luchando hasta la extenuación, incluso sabiendo que aquella guerra no la podía ganar nadie. Fue una guerra más parecida a la Primera Guerra Mundial (guerra de trincheras, cargas de bayoneta, nidos de ametralladora, uso de armas químicas) que a una guerra moderna. Las pérdidas humanas fueron enormes. Se puede decir que acabó en tablas, obligados por la presión internacional. El Consejo de Seguridad de la ONU decretó un alto el fuego forzoso y obligó  a los contendientes a un alto el fuego y a sentarse para firmar la paz. Sin reparaciones, ambos bandos se declaran vencedores. Se vuelve a la situación anterior a la guerra. Sin embargo, aparte de la crueldad y la suciedad de aquella guella guerra, de la tiranía de los que comandaban ambos bandos, Saddam Hussein y Jomeini, era un país interesantísimo para cualquier interesado en Historia Antigua. Y ahí estaba yo, entrando en la terminal del aeropuerto de Bagdad, caminando entre dos filas de cascos azules de la ONU, grandes como armarios. Dentro nos esperaba una "comitiva" dos autobuses, con sus correspondientes conductores y ayudantes, otro autobús más "de respeto", que nos seguía todo el tiempo. Así, si alguno de los autobuses se estropeaba no teníamos que molestarnos en buscar un taller, esperar la reparación, sino que nos pasábamos de inmediato a ese autobús vacío y seguíamos viaje, mientras el conductor del autobús se quedaba resolviendo la avería para alcanzarnos después. Todo planeado para que viajáramos como príncipes. Yo me preguntaba ¿Cómo ha conseguido Blázquez todo esto? Es cierto que tenía contactos profesionales de altura por todo el mundo, pero aquello parecía excesivo. Demás de los tres conductores y tres ayudantes, dos personas más: un guía de profesión y un individuo que nos presentaron como el intérprete oficial de español del Ministerio de Asuntos Exteriores. Tenía una apariencia siniestra, con cara de ave  rapaz, nariz aguileña, ojos claros, labios finos y bigotito recortado. Parecía más un espía que una ayuda. En el otro extremo, el guía, un cincuentón con una calva monda y lironda, quemada por el sol, bajito y gordo,barrigudo, sonriente, de piernecillas y bracitos cortos que me recordaba a dos personajes de tebeo, Gordito Relleno y Don Pío. Una del grupo, una geógrafa de CSIC llamada Sicilia, en cuanto lo vio, le puso  nombre: "El hombrecillo de Mari", porque le recordaba a esas figurillas sumerias que representan a Ebih II, superintendente de la ciudad sumeria de Mari, que había visto a montones en el Louvre. El hombrecillo de Mari era soltero, vivía con su madre, había luchado en la guerra, y tenía los ojos tristes. Probablemente había motivos más que sobrados para esa tristeza ¡a saber qué cosas había visto! Me pregunto si vivirá todavía, no lo creo probable (han pasado 31 años) y me da mucha pena recordarlo. Pero le dedico esta entrada precisamente porque aunque era una persona insignificante su amabilidad nos hizo más agradable aquel extraño viaje y aunque no puedo dejar aquí su nombre para la posteridad porque no lo recuerdo (da igual, el apodo que le puso Sicilia es muy apropiado ), es como si lo estuviera viendo ¿Qué más puedo decir de aquel viaje? Para no alargarme demasiado haré una lista:

- Durante el resto del viaje me reafirmé en que era muy raro que nos hubieran dejado estar allí. Aparte de nosotros, los únicos extranjeros que estábamos en el país (además de los que estaban por causa de la guerra) era un grupo de japoneses con los que nos tropezábamos constantemente, como bolas en una mesa de billar. Ignoro cuál era su coartada para estar allí.

- Regresé con la firme convicción de que  Occidente no tenía ni la menor idea de qué pie cojeaba Saddam Hussein. Por todas partes se veían indicios del culto a la personalidad propio de los dictadores más fanáticos y enloquecidos. No se circulaba ni por la carretera sin ver continuamente retratos de Saddam representado de todas las formas: de uniforme, con chilaba y kuffiya, de traje y corbata, con un niño en brazos, rezando en la mezquita, besando la alfombra con unción...., y hasta con esa pinta de jubilado en Benidorm. Como veis en la foto eran pequeños muretes con un tejadillo y el cromo correspondiente. Varios en cada kilómetro, y así todo el país.

- Yo pensaba que a causa de la guerra nuestros movimientos estarían más restringidos pero ¡qué va!  Solo nos impidieron subir al zigurat de Ur, porque muy cerca había una base aérea que se veía perfectamente desde la cima y, claro, no era cuestión dejar a un montón de gente, todos cámara en mano con aquello al alcance de nuestros teleobjetivos. Por el contrario, nos cogió en Bagdad un día de elecciones generales y nos dieron la mañana libre para ir donde quisiéramos, solos, a nuestro aire, como conté en "Donde fueres, ¿haz lo que vieres? Pues mejor no". Mientras tanto, a los periodistas debidamente acreditados para cubrir las elecciones no los dejaron salir del Hotel Sheraton. Curioso ¿verdad?

lunes, 13 de julio de 2020

El taxista turco. El Cairo (Egipto)



Hace unos años se hizo famoso en España un blog escrito por un taxista, que ganó un premio de blogs convocado por una revista. Realmente es una buena idea, ya que la inmensa variedad de especímenes que entran en un taxi cada día debe dar para escribir varias docenas de post a la semana. Pero también es verdad que el gremio de los taxistas daría para protagonizar un buen número de entradas a un blog. Ya han protagonizado, en el campo de la ficción, memorables escenas de películas y chistes a miles, pero también son los héroes de multitud de anécdotas que, inevitablemente adornadas, contamos una y otra vez.

Yo, como todo el mundo (quizás más que muchos, pues como no conduzco tomo bastantes taxis), tengo mi archivo de taxistas curiosos: los hay taciturnos, parlanchines, protestones, impávidos, de los que te largan un mítin apenas te has dejado caer sobre el asiento, fuguillas, lentos, aficionados a la música, a los toros, al fútbol, a la política, educados, maleducados… En general, tienen fama de ser machistas y de derechas. Y por lo menos aquí en Cádiz se daba por seguro que cualquier taxista tenía al menos una querida, porque sus turnos de trabajo facilitaban muchísimo que engañaran a sus mujeres. Tópicos, al fin y al cabo, como en todas las profesiones.

En algunos países, por desconocimiento del idioma, me he quedado con las ganas de pegar la hebra con algún taxista. En otras ocasiones eso no ha sido un impedimento: el mismo taxista tenía tantas ganas de charla que nos hemos dedicado a una trabajosa combinación de lenguaje de gestos con las palabras más conocidas de varios idiomas, lo que nos permitió una precaria comunicación. Según donde te encuentres, el que una turista europea tome tu taxi debe ser una agradable novedad que un taxista aburrido no desaprovechará.

Ya habréis oído más de una vez que no hay circulación más demencial que la de El Cairo. La práctica ausencia de señales de tráfico, la mezcla de animales (camellos y burros) con bicicletas, motos y coches y la costumbre de ignorar los semáforos y las señales pintadas en el suelo deben ser la prueba de fuego para cualquier conductor. Por las puertas abiertas de los autobuses rebosa la gente, que se sostiene en un equilibrio muy precario agarrada a una ventanilla o al brazo del que tiene al lado, a punto de desplomarse sobre los coches de alrededor. En cualquier momento se te puede cruzar un rebaño de cabras, aunque estés en la avenida más céntrica de la ciudad, y unos fardos enormes depositados sobre un diminuto carro, que además sirven de asiento a los integrantes de una familia numerosa, te obstruyen la visibilidad. Los cruces se convierten en deporte de riesgo, porque nadie cede el paso a nadie, y todo el mundo, sin bajar la velocidad, sigue su camino buscando huecos sin dejar de serpentear. No creo que nadie sepa allí lo que es conducir 200 metros en línea recta. Es imposible.

Después de una tarde de compras en Khan el Khalili, Carmina y tres amigas, con los pies como claveles reventones, se dejan caer en los asientos del primer taxi que pillan, soñando ya con la piscina y las tumbonas del hotel, situado un poco a las afueras. Saben que el trayecto puede ser comparable a la más salvaje de las montañas rusas que hayan probado, pero ya lo han hecho varias veces y empiezan a dar por hecho que nunca pasa nada. Esa ocasión, sin embargo, resulta un poco distinta, porque tiene el aliciente añadido de un taxista que está encantado con las clientas que la han tocado.

En cuanto nos oye hablar reconoce que somos españolas, y nos dice que es admirador de Franco (que, a todo esto, hace ya bastantes años que se ha muerto, pues todo esto ocurre en 1.983). Sin darnos tiempo a reaccionar, nos dice que él es turco, no egipcio, pero que lleva en el país mucho tiempo. Eso explica su aspecto, con el pelo rojizo y la piel blanca y con pecas. Como nosotras apenas abrimos la boca y nos limitamos a asentir con la cabeza, él decide llevar el peso de la conversación, y en un momento nos cuenta su vida. Eso sí, todo el tiempo vuelto hacia atrás, mirándonos a la cara. Nosotras ni respiramos, imaginándonos ya empotradas contra el chiquillo que monta un borrico, o contra el camión cargado de obreros que regresan del trabajo. Para mejor hacerse entender acompaña su conversación con abundantes gestos con las manos, para lo que suelta el volante constantemente.

Cuando ya nos ha contado su vida entera suelta el volante, se inclina hacia el otro lado  del coche y se pone a buscar algo en la guantera. En ese momento no sólo no está sujetando el volante sino que ni siquiera está mirando. Sin poderlo remediar, gritamos las cuatro. El taxista gira un poco el volante con el codo y sigue a lo suyo. Saca un sobre donde hay un montón de fotografías, y empieza a enseñárnoslas con todo lujo de explicaciones: son su mujer y sus hijos. A todo esto, sigue sin coger el volante. A esas alturas ya hemos salido del centro de El Cairo y circulamos por una autovía camino de nuestro hotel, lo que nos daría cierta tranquilidad si no fuera por el hecho de que, al disminuir el tráfico, va a muchísima más velocidad.

Para terminar de ponernos los pelos de punta, llegando a la altura de nuestro hotel hace una maniobra peligrosísima. Como el hotel está en la otra acera y nuestro taxista no tiene paciencia para llegar a un sitio donde pueda girar, por su cuenta y riesgo se cruza y atraviesa la mediana y los dos carriles del sentido contrario. Se para muy satisfecho diciéndonos que hemos tenido una gran suerte de encontrarnos con él, un turco honrado que tiene un gran cariño a los españoles, y no un egipcio ladrón que nos hubiera cobrado de más. Nosotras, con manos temblorosas, le devolvemos las fotos de los niños y sólo nos falta besar el suelo al bajarnos del taxi.

Cuando en otras ocasiones me han preguntado si no me da miedo viajar a Oriente Medio y otros lugares peligrosos, siempre digo que después de haber atravesado El Cairo en taxi con el turco pelirrojo, ya no hay nada en el mundo que me pueda asustar.


Un lugar imposible de inventar. Benarés, India



Benarés es una ciudad única en el mundo, y no lo digo por sus monumentos, ni por sus paisajes, ni por sus fiestas, su artesanía o su gastronomía. Es el lugar donde cualquier persona con más sensibilidad que prejuicios deja de lado todo lo que hasta ese momento ha pensado, sentido o creído, y llega a pensar que no sólo está realizando un viaje en el espacio, y hasta en el tiempo, sino también algo más, difícil de explicar.



Después de atravesar una masa humana como no verás en ningún otro lugar de la India, llegarás a los ghats que bajan hasta la Madre Gangá, el Ganges. Si tus prejuicios superan a tu sensibilidad, te fijarás especialmente en que hay mucha suciedad por las calles de esa ciudad medieval, algo inevitable en un lugar donde confluyen diariamente miles de peregrinos, te desconcertará el hecho de que no haya límites bien marcados entre la muerte y la vida, lo sagrado y lo profano, el misticismo y la vida cotidiana. No estamos acostumbrados a culminar un viaje al centro de nuestra alma a escasos centímetros de un barbero que afeita a su cliente, o a que los niños jueguen zambulléndose muy cerquita de una pira donde se incinera un cadáver mientras los familiares varones del fallecido contemplan, sin llantos, como el cuerpo material se descompone al separarse los cinco elementos de los que está formado. Ese aparente caos, que permite que todo se mezcle, de entrada repugna a nuestra tendencia a la clasificación, al orden. Si podemos superarla durante un rato a lo mejor llegamos a comprender el lazo emocional que une a aquella gente con el río, su lazo sagrado con la naturaleza.



Tras las huellas de Alejandro Magno. Khyber Pass, Pakistán




Para escribir el post anterior consulté mi pequeño diario del viaje a Pakistán y, sabiendo ahora lo que sé, se me ponen los pelos de punta al comprobar que estuvimos en lo que en aquella época era el lugar más peligroso de todo el mundo (al menos en el año 1.994). Entonces no teníamos ni idea, pero la zona donde se unen Pakistán y Afganistán, con Irán y China a poca distancia, era un espacio donde se desarrollaba (y se continuó desarrollando un tiempo) el tráfico de droga y el tráfico de armas a una escala increíble, donde rigen las leyes tribales, porque los phatans no aceptan las leyes ni el gobierno pakistaní, donde ni el ejército se atreve a entrar. Ahora sé que mientras me paseaba por los mercados de Peshawar acompañada solamente por otra chica, en esa ciudad y en ese momento Bin Laden estaba creando Al Qaeda. Mientras regateábamos alegremente por comprar cajas de lapislázuli, collares de granates, alfombras persas y afganas, chalecos bordados, turquesas y cajas de papier maché iraníes (vine de ese viaje cargada como una mula de las cosas más bonitas que nunca he traído del extranjero), a nuestro alrededor se movían terroristas, asesinos a sueldo, espías, traficantes de droga o armas a gran escala y lo mejor de cada casa en aquella parte del mundo.

Supongo que si hubiéramos sido conscientes de todo ello, no nos hubiésemos arriesgado tanto sólo por ver el famoso Buda del Museo de Lahore, las stupas budistas de Taxila, los jardines de Shalimar, el Khyber Pass o Mohenjo Daro ¿o sí? En aquella época teníamos un increíble convencimiento de que a nosotros no nos iba a pasar nada, porque al fin y al cabo éramos un grupo de pacíficos estudiosos a los que sólo interesaban museos y yacimientos, y siempre habíamos dado con gente tranquila y hospitalaria que sabían que no tenían nada que temer de nosotros.

El caso es que la obligatoriedad de llevar en todo momento un soldado con nosotros en lugar de escamarnos nos hacía gracia, y la prohibición de bajarnos del autobús en determinados puntos del recorrido nos fastidiaba en vez de hacernos pensar. Posiblemente se debía a que éramos jóvenes e ingenuos.

El soldadito, con su arma reglamentaria en mano, entraba y se sentaba silencioso en la última fila del autobús, No se movía hasta que bajábamos para visitar algún yacimiento. Entonces se unía al grupo y se movía entre nosotros, Se suponía que su mera presencia disuadía a cualquiera que fuera peligroso para nosotros. Al pasar por el siguiente cuartel se despedía de nosotros con una gran sonrisa (y una propinilla), se bajaba del autobús y otro subía en su lugar). Pero cuando nos acercamos a la frontera con Afganistán los soldaditos desaparecieron. Nos quedamos sin escolta y sin ángel de la guarda porque allí no entra el ejército, ni el gobierno cuenta para nada, solo las ancestrales leyes tribales.

Uno de los puntos fuertes del viaje fue el Khyber Pass, que es el paso montañoso que une Pakistán y Afganistán. Tiene cincuenta y tres km. de longitud, y en su punto más estrecho, sólo tres metros. Está bordeado por montañas altísimas que solamente pueden ser escaladas en algunos puntos. Por allí entró Alejandro Magno con su ejército en el 326 a. C., y le siguieron persas, mogoles, tártaros y turcos. Fue escenario de las guerras afganas y en enero de 1842 murieron allí aproximadamente dieciseis mil soldados británicos e indios. Las paredes de roca están cubiertas con las insignias de los regimientos que allí lucharon.



Para llegar hasta allí teníamos que atravesar territorio tribal, es decir, donde la ley del país no existe. Sólo la carretera y 15 metros a cada lado están bajo jurisdicción del gobierno. El resto está bajo la jurisdicción de los phatans y su código basado en el honor, la ley del Talión y la hospitalidad (el pathanvali). En el camino paramos en Landi Kotal. Mientras el autobús repostaba gasolina pensamos en bajar a echar un vistazo a los puestecillos de un mercado callejero que se extendía junto a nosotros. El guía casi nos gritó que ni se nos ocurriera bajar. Lo que se vendía en aquellos tenderetes era hachis, opio, heroína y toda clase de armas, desde granadas a misiles, desde un bolígrafo pistola a un kalashnikov. Además pueden imitar cualquier arma que el cliente quiera en los talleres que se encuentran en cada casa y cada local. Todo se hace abiertamente, y por todos lados los carteles anuncian la venta de armas.


Porque, a pocos kilómetros de donde estábamos, estaba Darran, otra aldea famosa por ser el supermercado favorito de narcotraficantes y delincuentes de todo el mundo. 


Unos disparos rasgan el aire sin que nadie pestañee. Es algo corriente en un pueblo de Pakistán especializado en la fabricación casera de Kalashnikovs, un negocio venido a menos.

En las colinas cercanas a Peshawar (en el noroeste de Pakistán), la aldea de Darra es desde hace décadas un centro en el que convergen criminales y narcotraficantes, así como coches robados preparados para toda clase de situaciones y pasaportes falsos.

Este tráfico vivió su apogeo en los años 80, cuando los muyahidines procedentes de Afganistán se abastecían de armas para luchar contra los soviéticos. Después llegaron los talibanes paquistaníes, que convirtieron la aldea en un bastión, en medio de una impunidad absoluta.

En la actualidad, sólo ha sobrevivido el comercio de armas, aunque decae, tras décadas de ventas florecientes. Los forjadores atribuyen este ocaso a la cada vez menor indulgencia del Gobierno y a la mejora de la seguridad.

"El gobierno del (primer ministro) Nawaz Sharif estableció puestos de control por todas partes, el comercio se paró", lamenta uno de ellos, Jitab Gul, de 45 años.

Gul es conocido en Darra por sus réplicas del subfusil MP5, una de las armas más utilizadas en el mundo, sobre todo por el SWAT, una unidad de élite de la policía estadounidense.

El precio de un MP5 auténtico puede alcanzar varios miles de dólares. El modelo fabricado por Jitab Gul, con un año de garantía, vale 70.000 rupias (67 dólares) y, según él, funciona perfectamente.

"Vendí 10.000 armas durante los últimos diez años y no recibí ninguna reclamación", afirma, mientras realiza una demostración con su MP5 en el patio del taller.

En su taller hace un calor sofocante. Los empleados hablan a gritos debido al ruido de los generadores. Con la ayuda de máquinas cortan la chatarra que reciben de los astilleros de Karachi, en la otra punta de Pakistán, y montan piezas con precisión.

En su momento de esplendor, el bazar contaba con una nube de pequeñas tiendas que fabricaban todo tipo de armas.

Aunque ilegal, este comercio se benefició durante un tiempo de la tolerancia del Gobierno, con poca autoridad en las zonas tribales fronterizas con Afganistán.

Los habitantes lo consideran legítimo y acorde con la tradición pashtún de la región, que asocia el culto a las armas de fuego con la virilidad.

"Los obreros son tan cualificados que pueden copiar cualquier arma que les muestren", asegura Gul. Se puede conseguir un Kalashnikov made in Darra por 125 dólares, afirma, o sea más barato que un teléfono móvil.

Pero los tiempos han cambiado y ahora el ejército persigue a los insurgentes en las zonas tribales y la violencia ha disminuido desde la emergencia de los talibanes paquistaníes en 2007.

Más de un tercio de los comercios de Darra se han transformado en ultramarinos o en tiendas de electrónica y la ciudad ha dejado atrás su pasado de lejano oeste, añoran los forjadores.

Una fábrica como la de Gul podía producir más de diez armas diarias y ahora no pasa de las cuatro "por falta de demanda", explica.

Los obreros culpan de ello al Gobierno y al ejército, que han multiplicado los retenes en las carreteras que conducen a Darra Adamjel. Además los extranjeros tienen prohibido viajar al lugar por motivos de seguridad.

Pese a no oponerse directamente al comercio de armas, el ejército exige a los habitantes de la zona que no brinden apoyo a los insurgentes y las autoridades intentan establecer un sistema de licencias.

La policía y unidades paramilitares se despliegan a la entrada del pueblo y su presencia intimida a los clientes, protestan los habitantes.

"Hace más de 30 años que trabajo aquí pero ahora me he quedado sin trabajo", comenta Muzamil Khan, sentado delante de su taller. "Estoy dispuesto a vender el equipamiento".

Según Muhamad Qaisar, fabricante de cartuchos en el gran bazar, había casi 7.000 tiendas pero casi la mitad cerró. Si el Gobierno no da marcha atrás "me temo que será el fin de Darra".

A nuestro alrededor toda clse de luminosos y anuncios con armas pintadas anuncian con toda naturalidad el principal negocio del pueblo. Cabizbajos, volvimos a nuestros asientos y nos resignamos a perdernos aquel escenario de película.

Seguimos hasta el paso y nuestra compañera de viaje especialista en Alejandro Magno nos habló del momento y las circunstancias en las qu Alejandro pasó por allí con su ejército, camino de la India. Y nos hicimos una foto de grupo (que no tengo) para inmortalizar el momento.

sábado, 11 de julio de 2020

Templo del Buda Mahamuni. Mandalay (Birmania)


 La estatua de Mahamuni Buda que se encuentra en su interior de este templo o pagoda de la ciudad de Mandalay es la imagen más venerada de Myanmar y convierte a este templo en uno de los lugares de peregrinación religiosa más importante de todo el país. Y eso porque la trascendencia de esta imagen va más allá de las fronteras de Myanmar, ya que se considera una las representaciones más importantes de Buda, antes de alcanzar la iluminación con el nombre de Siddharta. Según la tradición transmitida que carece de base histórica, es la única copia verdadera que existe de Buda, realizada en vida del mismo y tomándolo como modelo. Sin embargo,  Las evidencias arqueológicas sugieren que es una de las más antiguas representaciones de Buda, pero su creación se situaría posiblemente en el siglo II d, C., casi ochocientos años después de la existencia de Buda.

De acuerdo con los mitos tradicionales de las crónicas arakanesas, alrededor del año 500 a.C, el Buda Gautama viajó desde la India al reino de Arakán, situada en el oeste de Birmania en la frontera con la actual Bangladesh, en compañía de sus 500 discípulos, donde recibió la visita del rey Candrasuriya y su corte. El rey le suplicó a Buda que hiciera una réplica de sí mismo para que sus fieles pudieran venerarle en su ausencia. Esta imagen de Sakyamuni, realizada en bronce, pasaría a denominarse Mahamuni (literalmente “Gran Sabio”) y es considerada la única copia real de la imagen de Buda que pasa po ser el único retrato en el mundo. La tradición antigua se refería a sólo cinco retratos de Buda, hecha durante su vida, dos se encontraban en India, dos en el paraíso, y la quinta es la imagen de Buda Mahamuni en Myanmar.

En 1784, el rey Bodawpaya de Birmania, perteneciente a la dinastía Konbaung, conquistó el reino de Arakán y ordenó el traslado de la legendaria estatua de Mahamuni desde su santuario original en Dhanyawadi hasta Amarapura, en Mandalay. La decisión de trasladar la imagen en bronce de Buda generó un profundo resentimiento del pueblo arakanés hacia la monarquía birmana, ya que consideraban que Mahamuni era una figura asociada al orgullo de la nación arakanés.

   El santuario original que se levantó en 1785, fue reconstruido en diversas ocasiones a lo largo del siglo XIX, por los daños ocasionados por dos incendios ocurridos en 1879 y en abril de 1884. El rey Thibau ordenó su reconstrucción y realizó generosas donaciones con este fin, gracias a las cuales se logró rehacer el edificio en breve tiempo.

El santuario es una gran pagoda situada en la parte sur de Mandalay. En origen, estaba situada en las afueras de Amarapura pero tras la fundación de la ciudad en 1857 por el rey Mindon y su progresiva expansión, el recinto pasó a formar parte de la nueva urbe.

la imagen  se puede ver al final de un largo corredoralfombrado. A los lados del corredor hay capillitas y tiendas donde se agolpa gran cantidad de gente. Hay gent que no llega a la misma estatua y reza en el corredor. En una de esas tiendas, haciendo lo mismo que la multitud que nos rodeaba, compré un cuadradito de pan de oro, no máas de unos 4 x 4 cms. La estatua se encuentra en una estancia estrecha y es visible de frente y por ambos lados.

   La estatua de Mahamuni se encuentra en una pequeña cámara, sentada sobre un trono en una postura divina conocida como Bhumisparsa Mudra, las piernas se encuentran cruzadas y los pies dirigidos hacia adentro y extiende su brazo derecho con la mano tocando el suelo de forma ritual, como testimonio de su pasado. La mano izquierda reposa sobre las rodillas con la palma hacia arriba. La imagen está fundida en bronce y pesa 6,5 toneladas y se encuentra erigida en un pedestal de 1,84 metros. La altura total del conjunto es de 3,90 metros y la anchura de hombro a hombro 1,80 m.8 La corona de la cabeza y el pecho se encuentran repletos de piedras preciosas incrustadas.

 Al llegar a la capilla me puse en la cola para poner mi cuadradito de pan de oro sobre el Buda. Como hay tanta gente, lo ponen un poco al tun-tun y por eso la estatua se ve llena de bultos. Los brazos, las manos y el cuerpo ya ha perdido la forma original, como se ve en las fotos. Cuando estuve la primera en la cola, un monje budista alargó hacia mi la mano y me di cuenta de que me estaba pidiendo el pan de oro y se lo alargué. Los hombres los ponen ellos mismos, pero las mujeres se lo dan a un monje que lo coloca sobre la estatua.

Cada mañana, muy temprano, lavan y secan la estatua. Las toallas con las que lo han secado son también objeto de veneración y se envían a otros santuarios para ser expuestas y veneradas.