jueves, 21 de mayo de 2020

El mar Rojo, palmeras y estrellas

Cuando conté mi almuerzo en Moka (Yemen), hice referencia a la noche anterior y prometí escribir sobre ella algún día. Creo que ha llegado el momento, no me gusta dejar temas incompletos.

Ya mientras estábamos preparando el viaje nos habían informado de que en Al-Kawka (pronúnciese Al-Joja) pernoctaríamos en un lugar un poco especial, bajo las estrellas. Llegamos al lugar al caer la tarde. Era un pueblecito en la costa del Mar Rojo que no tenía nada destacable, pero para continuar el viaje nos venía bien pasar la noche allí. Atravesamos el pueblo y lo dejamos atrás, llegando a un palmeral bastante grande en la misma orilla del mar. Al llegar a una playita diminuta encontramos nuestro “hotel”.

   Como se puede ver en la foto, se trataba de un pequeño recinto marcado por un cercado hecho con hojas de palmera secas. Las olas rompían a tres metros escasos de la “no puerta” de entrada. Vamos, más o menos como los programas estos de famosillos a los que dejan en una playa de una isla de por ahí.

En el interior sólo había:

a) una mesa estrecha y larga, bastante rústica, con dos bancos largos a los dos lados;

b) una especie de hamacas para dormir (al aire libre), formadas por un marco de madera con cuatro patas, un trenzado de cuerdas que hacía de somier y una colchoneta encima; sabre las colchonetas pusimos nuestros sacos de dormir (estábamos avisados para llevarlos). Unos cuantos llevábamos además una mosquitera,por si acaso, que nos echamos por encima.

c) dos casetas con aspecto de ir a caerse de un momento a otro, que eran las duchas. Me recordaban a lo que podía haber sido las duchas de “Los Picapiedra”.

Establecimos un turno para las duchas y en seguida llegó la cena, consistente en ensalada, enormes pescados asados en las brasas allí mismo, idénticos a los que comimos en Moka (seguro que eran túnidos, aunque no sé cuales exactamente), y fruta. El silencio a nuestro alrededor era absoluto, sólo se oía como rompían las olas a escasos metros. La temperatura era ideal, las estrellas brillaban y la luna iluminaba aquella escena con más intensidad que las pequeñas lámparas de gas repartidas por el recinto. Si en vez de aquellas lámparas hubiéramos tenido antorchas, aquello hubiera sido ya el colmo de la perfección.

Después de un rato de conversación la gente fue acomodándose en las hamacas. Algunos las sacaron fuera y las pusieron en la misma orilla. Yo antes nunca había dormido al aire libre, y supongo que nunca más lo haré, porque después de esa noche en Al-Kawka, cualquier comparación sería odiosa.

1 comentario:

Concha dijo...

Acababa de leer la entrada N.Y. 2º parte. Tengo que confesar que en mi lista de preferencias viajeras, esta ciudad no está entre las primeras. Sin embargo, una noche bajo las estrellas en un sitio así....