jueves, 23 de julio de 2020

El hombrecillo de Mari




Cuando, a principios de 1.989 recibí una carta con la información de que ese año viajaríamos a Iraq, casi no lo pude creer. Al fin y al cabo, el país estaba en guerra con Irán desde 1.980. Irán e Irak se comportaron como dos animales salvajes, luchando hasta la extenuación, incluso sabiendo que aquella guerra no la podía ganar nadie. Fue una guerra más parecida a la Primera Guerra Mundial (guerra de trincheras, cargas de bayoneta, nidos de ametralladora, uso de armas químicas) que a una guerra moderna. Las pérdidas humanas fueron enormes. Se puede decir que acabó en tablas, obligados por la presión internacional. El Consejo de Seguridad de la ONU decretó un alto el fuego forzoso y obligó  a los contendientes a un alto el fuego y a sentarse para firmar la paz. Sin reparaciones, ambos bandos se declaran vencedores. Se vuelve a la situación anterior a la guerra. Sin embargo, aparte de la crueldad y la suciedad de aquella guella guerra, de la tiranía de los que comandaban ambos bandos, Saddam Hussein y Jomeini, era un país interesantísimo para cualquier interesado en Historia Antigua. Y ahí estaba yo, entrando en la terminal del aeropuerto de Bagdad, caminando entre dos filas de cascos azules de la ONU, grandes como armarios. Dentro nos esperaba una "comitiva" dos autobuses, con sus correspondientes conductores y ayudantes, otro autobús más "de respeto", que nos seguía todo el tiempo. Así, si alguno de los autobuses se estropeaba no teníamos que molestarnos en buscar un taller, esperar la reparación, sino que nos pasábamos de inmediato a ese autobús vacío y seguíamos viaje, mientras el conductor del autobús se quedaba resolviendo la avería para alcanzarnos después. Todo planeado para que viajáramos como príncipes. Yo me preguntaba ¿Cómo ha conseguido Blázquez todo esto? Es cierto que tenía contactos profesionales de altura por todo el mundo, pero aquello parecía excesivo. Demás de los tres conductores y tres ayudantes, dos personas más: un guía de profesión y un individuo que nos presentaron como el intérprete oficial de español del Ministerio de Asuntos Exteriores. Tenía una apariencia siniestra, con cara de ave  rapaz, nariz aguileña, ojos claros, labios finos y bigotito recortado. Parecía más un espía que una ayuda. En el otro extremo, el guía, un cincuentón con una calva monda y lironda, quemada por el sol, bajito y gordo,barrigudo, sonriente, de piernecillas y bracitos cortos que me recordaba a dos personajes de tebeo, Gordito Relleno y Don Pío. Una del grupo, una geógrafa de CSIC llamada Sicilia, en cuanto lo vio, le puso  nombre: "El hombrecillo de Mari", porque le recordaba a esas figurillas sumerias que representan a Ebih II, superintendente de la ciudad sumeria de Mari, que había visto a montones en el Louvre. El hombrecillo de Mari era soltero, vivía con su madre, había luchado en la guerra, y tenía los ojos tristes. Probablemente había motivos más que sobrados para esa tristeza ¡a saber qué cosas había visto! Me pregunto si vivirá todavía, no lo creo probable (han pasado 31 años) y me da mucha pena recordarlo. Pero le dedico esta entrada precisamente porque aunque era una persona insignificante su amabilidad nos hizo más agradable aquel extraño viaje y aunque no puedo dejar aquí su nombre para la posteridad porque no lo recuerdo (da igual, el apodo que le puso Sicilia es muy apropiado ), es como si lo estuviera viendo ¿Qué más puedo decir de aquel viaje? Para no alargarme demasiado haré una lista:

- Durante el resto del viaje me reafirmé en que era muy raro que nos hubieran dejado estar allí. Aparte de nosotros, los únicos extranjeros que estábamos en el país (además de los que estaban por causa de la guerra) era un grupo de japoneses con los que nos tropezábamos constantemente, como bolas en una mesa de billar. Ignoro cuál era su coartada para estar allí.

- Regresé con la firme convicción de que  Occidente no tenía ni la menor idea de qué pie cojeaba Saddam Hussein. Por todas partes se veían indicios del culto a la personalidad propio de los dictadores más fanáticos y enloquecidos. No se circulaba ni por la carretera sin ver continuamente retratos de Saddam representado de todas las formas: de uniforme, con chilaba y kuffiya, de traje y corbata, con un niño en brazos, rezando en la mezquita, besando la alfombra con unción...., y hasta con esa pinta de jubilado en Benidorm. Como veis en la foto eran pequeños muretes de ladrillo con un tejadillo y el cromo correspondiente. Varios en cada kilómetro, y así todo el país.

- Yo pensaba que a causa de la guerra nuestros movimientos estarían más restringidos pero ¡qué va!  Solo nos impidieron subir al zigurat de Ur, porque muy cerca había una base aérea que se veía perfectamente desde la cima y, claro, no era cuestión dejar a un montón de gente, todos cámara en mano con aquello al alcance de nuestros teleobjetivos. Por el contrario, nos cogió en Bagdad un día de elecciones generales y nos dieron la mañana libre para ir donde quisiéramos, solos, a nuestro aire, como conté en "Donde fueres, ¿haz lo que vieres? Pues mejor no". Mientras tanto, a los periodistas debidamente acreditados para cubrir las elecciones no los dejaron salir del Hotel Sheraton. Curioso ¿verdad?

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