domingo, 16 de agosto de 2020

Cinco días en Nueva York dan para mucho (3): las visitas típicas




Así luce la iluminación del Empire State con motivo de la fiesta de Halloween. que coincidió precisamente la época en la que yo estuve.

El edificio recibe una iluminación con distintas combinaciones de colores distribuidos en los tres bloques superiores. Usualmente te explican que las diferentes posibilidades son rojo y verde (Navidad), blanco y azul (Hanukah), rojo, blanco y azul (fiestas nacionales norteamericanas), verde (San Patricio), rojo, naranja y amarillo (Acción de Gracias) y naranja, negro y blanco (Halloween). Los días en los que no hay una iluminación especial el color es blanco por entero. Pero en realidad hay muchísimas más combinaciones de colores y cientos de acontecimientos, periódicos o excepcionales, que se conmemoran cada año. Por ejemplo, con motivo de San Valentín la iluminación es rojo, rosa y blanco, y cuando la victoria española en el Mundial de Fútbol, la iluminación fue rojo, amarillo y rojo.



Si tenéis curiosidad por el tema, en el siguiente enlace de la página web oficial del edificio tenéis un calendario de iluminaciones con colores, fechas y motivos que abarca más de un año (desde un año hacia atrás a partir del día en que se consulta hasta varias semanas hacia delante).



viernes, 24 de julio de 2020

El templo dorado de Dambulla. Sri Lanka


En Dambulla se conserva un conjunto de cinco cuevas excavadas en la roca que forman un monasterio budista. El budismo llegó a la isla en el siglo III a. C. El complejo se remonta a los siglos III y II a. C, Y de inmediato el lugar se convirtió en lugar de refigio para los monjes. Lleva unos 2,000 años sirviendo como centro espiritual. Y  aún funciona como tal. Las cuevas están decoradas con 153 estatuas de Buda, 3 estatuas de reyes singaleses y 4 de dioses y dioses hinduistas, y más de 2,000 metros cuadrados de pinturas murales. Las cuevas fueron excavadas en la base de una roca que sobresale 160 metros sobre la llanura circundante. Hay más de 80 cuevas en los alrededores, aunque estas cinco son las más importantes y vusitadas. Fueron  declaradas patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 1.991. Cada una de las cuevas tiene su propio nombre: Cueva del Rey Divino, Cueva de los Grandes Reyes,  Gran Monasterio Nuevo, Sin embargo, el conjunto es conocido con el nombre colectivo de  Templo Dorado de Dambulla.


El conjunto se conserva en extraordinarias condiciones. Las actuaciones de conservación se centraron en los años ´60 en la limpieza de las pinturas y se mantiene inalterado desde la reconstrucción del porche en 1.938


La más grande de las cuevas es la segunda, mide 52 metros de este a oeste, 23 metros de la entrada al fondo y 7 metros de altura. Contiene 56 estatuas de Buda y algunas otras de otros personajes. En su interior hay un manantial  que fluye a través de una grita del techo. Se dice que sus aguas son curativas. También contiene una dagoba, que es el nombre que reciben las stupas en Sri Lanka.


Aunque todo en estas cuevas es impresionante. Para mi lo más importante es que, después de muchos años de viajes, visitando iglesias, mezquitas, templos hinduistas, jainistas y monasterios de toda clase de creencias,  dentro de una de ellas caí en la cuenta de que existe algo común a todos los lugares considerados sagrados por alguna comunidad: se respira un clima especial, una paz que todo lo invade, una sensación que eriza la piel, algo que pone en marcha un deseo repentino de sentarse en silencio y dejar pasear la vista por cada rincón, cada detalle. y la mente vagar a su antojo. Además de sentir una especie de conexión con las personas desconocidas que han pasado por allí, incluso las de otras épocas.


jueves, 23 de julio de 2020

El hombrecillo de Mari




Cuando, a principios de 1.989 recibí una carta con la información de que ese año viajaríamos a Iraq, casi no lo pude creer. Al fin y al cabo, el país estaba en guerra con Irán desde 1.980. Irán e Irak se comportaron como dos animales salvajes, luchando hasta la extenuación, incluso sabiendo que aquella guerra no la podía ganar nadie. Fue una guerra más parecida a la Primera Guerra Mundial (guerra de trincheras, cargas de bayoneta, nidos de ametralladora, uso de armas químicas) que a una guerra moderna. Las pérdidas humanas fueron enormes. Se puede decir que acabó en tablas, obligados por la presión internacional. El Consejo de Seguridad de la ONU decretó un alto el fuego forzoso y obligó  a los contendientes a un alto el fuego y a sentarse para firmar la paz. Sin reparaciones, ambos bandos se declaran vencedores. Se vuelve a la situación anterior a la guerra. Sin embargo, aparte de la crueldad y la suciedad de aquella guella guerra, de la tiranía de los que comandaban ambos bandos, Saddam Hussein y Jomeini, era un país interesantísimo para cualquier interesado en Historia Antigua. Y ahí estaba yo, entrando en la terminal del aeropuerto de Bagdad, caminando entre dos filas de cascos azules de la ONU, grandes como armarios. Dentro nos esperaba una "comitiva" dos autobuses, con sus correspondientes conductores y ayudantes, otro autobús más "de respeto", que nos seguía todo el tiempo. Así, si alguno de los autobuses se estropeaba no teníamos que molestarnos en buscar un taller, esperar la reparación, sino que nos pasábamos de inmediato a ese autobús vacío y seguíamos viaje, mientras el conductor del autobús se quedaba resolviendo la avería para alcanzarnos después. Todo planeado para que viajáramos como príncipes. Yo me preguntaba ¿Cómo ha conseguido Blázquez todo esto? Es cierto que tenía contactos profesionales de altura por todo el mundo, pero aquello parecía excesivo. Demás de los tres conductores y tres ayudantes, dos personas más: un guía de profesión y un individuo que nos presentaron como el intérprete oficial de español del Ministerio de Asuntos Exteriores. Tenía una apariencia siniestra, con cara de ave  rapaz, nariz aguileña, ojos claros, labios finos y bigotito recortado. Parecía más un espía que una ayuda. En el otro extremo, el guía, un cincuentón con una calva monda y lironda, quemada por el sol, bajito y gordo,barrigudo, sonriente, de piernecillas y bracitos cortos que me recordaba a dos personajes de tebeo, Gordito Relleno y Don Pío. Una del grupo, una geógrafa de CSIC llamada Sicilia, en cuanto lo vio, le puso  nombre: "El hombrecillo de Mari", porque le recordaba a esas figurillas sumerias que representan a Ebih II, superintendente de la ciudad sumeria de Mari, que había visto a montones en el Louvre. El hombrecillo de Mari era soltero, vivía con su madre, había luchado en la guerra, y tenía los ojos tristes. Probablemente había motivos más que sobrados para esa tristeza ¡a saber qué cosas había visto! Me pregunto si vivirá todavía, no lo creo probable (han pasado 31 años) y me da mucha pena recordarlo. Pero le dedico esta entrada precisamente porque aunque era una persona insignificante su amabilidad nos hizo más agradable aquel extraño viaje y aunque no puedo dejar aquí su nombre para la posteridad porque no lo recuerdo (da igual, el apodo que le puso Sicilia es muy apropiado ), es como si lo estuviera viendo ¿Qué más puedo decir de aquel viaje? Para no alargarme demasiado haré una lista:

- Durante el resto del viaje me reafirmé en que era muy raro que nos hubieran dejado estar allí. Aparte de nosotros, los únicos extranjeros que estábamos en el país (además de los que estaban por causa de la guerra) era un grupo de japoneses con los que nos tropezábamos constantemente, como bolas en una mesa de billar. Ignoro cuál era su coartada para estar allí.

- Regresé con la firme convicción de que  Occidente no tenía ni la menor idea de qué pie cojeaba Saddam Hussein. Por todas partes se veían indicios del culto a la personalidad propio de los dictadores más fanáticos y enloquecidos. No se circulaba ni por la carretera sin ver continuamente retratos de Saddam representado de todas las formas: de uniforme, con chilaba y kuffiya, de traje y corbata, con un niño en brazos, rezando en la mezquita, besando la alfombra con unción...., y hasta con esa pinta de jubilado en Benidorm. Como veis en la foto eran pequeños muretes de ladrillo con un tejadillo y el cromo correspondiente. Varios en cada kilómetro, y así todo el país.

- Yo pensaba que a causa de la guerra nuestros movimientos estarían más restringidos pero ¡qué va!  Solo nos impidieron subir al zigurat de Ur, porque muy cerca había una base aérea que se veía perfectamente desde la cima y, claro, no era cuestión dejar a un montón de gente, todos cámara en mano con aquello al alcance de nuestros teleobjetivos. Por el contrario, nos cogió en Bagdad un día de elecciones generales y nos dieron la mañana libre para ir donde quisiéramos, solos, a nuestro aire, como conté en "Donde fueres, ¿haz lo que vieres? Pues mejor no". Mientras tanto, a los periodistas debidamente acreditados para cubrir las elecciones no los dejaron salir del Hotel Sheraton. Curioso ¿verdad?

lunes, 13 de julio de 2020

El taxista turco. El Cairo (Egipto)



Hace unos años se hizo famoso en España un blog escrito por un taxista, que ganó un premio de blogs convocado por una revista. Realmente es una buena idea, ya que la inmensa variedad de especímenes que entran en un taxi cada día debe dar para escribir varias docenas de post a la semana. Pero también es verdad que el gremio de los taxistas daría para protagonizar un buen número de entradas a un blog. Ya han protagonizado, en el campo de la ficción, memorables escenas de películas y chistes a miles, pero también son los héroes de multitud de anécdotas que, inevitablemente adornadas, contamos una y otra vez.

Yo, como todo el mundo (quizás más que muchos, pues como no conduzco tomo bastantes taxis), tengo mi archivo de taxistas curiosos: los hay taciturnos, parlanchines, protestones, impávidos, de los que te largan un mítin apenas te has dejado caer sobre el asiento, fuguillas, lentos, aficionados a la música, a los toros, al fútbol, a la política, educados, maleducados… En general, tienen fama de ser machistas y de derechas. Y por lo menos aquí en Cádiz se daba por seguro que cualquier taxista tenía al menos una querida, porque sus turnos de trabajo facilitaban muchísimo que engañaran a sus mujeres. Tópicos, al fin y al cabo, como en todas las profesiones.

En algunos países, por desconocimiento del idioma, me he quedado con las ganas de pegar la hebra con algún taxista. En otras ocasiones eso no ha sido un impedimento: el mismo taxista tenía tantas ganas de charla que nos hemos dedicado a una trabajosa combinación de lenguaje de gestos con las palabras más conocidas de varios idiomas, lo que nos permitió una precaria comunicación. Según donde te encuentres, el que una turista europea tome tu taxi debe ser una agradable novedad que un taxista aburrido no desaprovechará.

Ya habréis oído más de una vez que no hay circulación más demencial que la de El Cairo. La práctica ausencia de señales de tráfico, la mezcla de animales (camellos y burros) con bicicletas, motos y coches y la costumbre de ignorar los semáforos y las señales pintadas en el suelo deben ser la prueba de fuego para cualquier conductor. Por las puertas abiertas de los autobuses rebosa la gente, que se sostiene en un equilibrio muy precario agarrada a una ventanilla o al brazo del que tiene al lado, a punto de desplomarse sobre los coches de alrededor. En cualquier momento se te puede cruzar un rebaño de cabras, aunque estés en la avenida más céntrica de la ciudad, y unos fardos enormes depositados sobre un diminuto carro, que además sirven de asiento a los integrantes de una familia numerosa, te obstruyen la visibilidad. Los cruces se convierten en deporte de riesgo, porque nadie cede el paso a nadie, y todo el mundo, sin bajar la velocidad, sigue su camino buscando huecos sin dejar de serpentear. No creo que nadie sepa allí lo que es conducir 200 metros en línea recta. Es imposible.

Después de una tarde de compras en Khan el Khalili, Carmina y tres amigas, con los pies como claveles reventones, se dejan caer en los asientos del primer taxi que pillan, soñando ya con la piscina y las tumbonas del hotel, situado un poco a las afueras. Saben que el trayecto puede ser comparable a la más salvaje de las montañas rusas que hayan probado, pero ya lo han hecho varias veces y empiezan a dar por hecho que nunca pasa nada. Esa ocasión, sin embargo, resulta un poco distinta, porque tiene el aliciente añadido de un taxista que está encantado con las clientas que la han tocado.

En cuanto nos oye hablar reconoce que somos españolas, y nos dice que es admirador de Franco (que, a todo esto, hace ya bastantes años que se ha muerto, pues todo esto ocurre en 1.983). Sin darnos tiempo a reaccionar, nos dice que él es turco, no egipcio, pero que lleva en el país mucho tiempo. Eso explica su aspecto, con el pelo rojizo y la piel blanca y con pecas. Como nosotras apenas abrimos la boca y nos limitamos a asentir con la cabeza, él decide llevar el peso de la conversación, y en un momento nos cuenta su vida. Eso sí, todo el tiempo vuelto hacia atrás, mirándonos a la cara. Nosotras ni respiramos, imaginándonos ya empotradas contra el chiquillo que monta un borrico, o contra el camión cargado de obreros que regresan del trabajo. Para mejor hacerse entender acompaña su conversación con abundantes gestos con las manos, para lo que suelta el volante constantemente.

Cuando ya nos ha contado su vida entera suelta el volante, se inclina hacia el otro lado  del coche y se pone a buscar algo en la guantera. En ese momento no sólo no está sujetando el volante sino que ni siquiera está mirando. Sin poderlo remediar, gritamos las cuatro. El taxista gira un poco el volante con el codo y sigue a lo suyo. Saca un sobre donde hay un montón de fotografías, y empieza a enseñárnoslas con todo lujo de explicaciones: son su mujer y sus hijos. A todo esto, sigue sin coger el volante. A esas alturas ya hemos salido del centro de El Cairo y circulamos por una autovía camino de nuestro hotel, lo que nos daría cierta tranquilidad si no fuera por el hecho de que, al disminuir el tráfico, va a muchísima más velocidad.

Para terminar de ponernos los pelos de punta, llegando a la altura de nuestro hotel hace una maniobra peligrosísima. Como el hotel está en la otra acera y nuestro taxista no tiene paciencia para llegar a un sitio donde pueda girar, por su cuenta y riesgo se cruza y atraviesa la mediana y los dos carriles del sentido contrario. Se para muy satisfecho diciéndonos que hemos tenido una gran suerte de encontrarnos con él, un turco honrado que tiene un gran cariño a los españoles, y no un egipcio ladrón que nos hubiera cobrado de más. Nosotras, con manos temblorosas, le devolvemos las fotos de los niños y sólo nos falta besar el suelo al bajarnos del taxi.

Cuando en otras ocasiones me han preguntado si no me da miedo viajar a Oriente Medio y otros lugares peligrosos, siempre digo que después de haber atravesado El Cairo en taxi con el turco pelirrojo, ya no hay nada en el mundo que me pueda asustar.


Un lugar imposible de inventar. Benarés, India



Benarés es una ciudad única en el mundo, y no lo digo por sus monumentos, ni por sus paisajes, ni por sus fiestas, su artesanía o su gastronomía. Es el lugar donde cualquier persona con más sensibilidad que prejuicios deja de lado todo lo que hasta ese momento ha pensado, sentido o creído, y llega a pensar que no sólo está realizando un viaje en el espacio, y hasta en el tiempo, sino también algo más, difícil de explicar.



Después de atravesar una masa humana como no verás en ningún otro lugar de la India, llegarás a los ghats que bajan hasta la Madre Gangá, el Ganges. Si tus prejuicios superan a tu sensibilidad, te fijarás especialmente en que hay mucha suciedad por las calles de esa ciudad medieval, algo inevitable en un lugar donde confluyen diariamente miles de peregrinos, te desconcertará el hecho de que no haya límites bien marcados entre la muerte y la vida, lo sagrado y lo profano, el misticismo y la vida cotidiana. No estamos acostumbrados a culminar un viaje al centro de nuestra alma a escasos centímetros de un barbero que afeita a su cliente, o a que los niños jueguen zambulléndose muy cerquita de una pira donde se incinera un cadáver mientras los familiares varones del fallecido contemplan, sin llantos, como el cuerpo material se descompone al separarse los cinco elementos de los que está formado. Ese aparente caos, que permite que todo se mezcle, de entrada repugna a nuestra tendencia a la clasificación, al orden. Si podemos superarla durante un rato a lo mejor llegamos a comprender el lazo emocional que une a aquella gente con el río, su lazo sagrado con la naturaleza.



Tras las huellas de Alejandro Magno. Khyber Pass, Pakistán




Para escribir un post anterior consulté mi pequeño diario del viaje a Pakistán y, sabiendo ahora lo que sé, se me ponen los pelos de punta al comprobar que estuvimos en lo que en aquella época era el lugar más peligroso de todo el mundo (al menos en el año 1.994). Entonces no teníamos ni idea, pero la zona donde se cruzan la línea entre Pakistán y Afganistán, con la que va de Irán a China a poca distancia, era un espacio donde se desarrollaba (y se continuó desarrollando un tiempo) el tráfico de droga y el tráfico de armas a una escala increíble, donde rigen las leyes tribales, porque los phatans no aceptan las leyes ni el gobierno pakistaní, donde ni el ejército se atreve a entrar. Ahora sé que mientras me paseaba por los mercados de Peshawar acompañada solamente por otra chica, en esa ciudad y en ese momento Bin Laden estaba creando Al Qaeda. Mientras regateábamos alegremente por comprar cajas de lapislázuli, collares de granates, alfombras persas y afganas, chalecos bordados, turquesas y cajas de papier maché iraníes (vine de ese viaje cargada como una mula de las cosas más bonitas que nunca he traído del extranjero), a nuestro alrededor se movían terroristas, asesinos a sueldo, espías, traficantes de droga o armas a gran escala y lo mejor de cada casa en aquella parte del mundo.

Supongo que si hubiéramos sido conscientes de todo ello, no nos hubiésemos arriesgado tanto sólo por ver el famoso Buda del Museo de Lahore, las stupas budistas de Taxila, los jardines de Shalimar, el Khyber Pass o Mohenjo Daro ¿o sí? En aquella época teníamos un increíble convencimiento de que a nosotros no nos iba a pasar nada, porque al fin y al cabo éramos un grupo de pacíficos estudiosos a los que sólo interesaban museos y yacimientos, y siempre habíamos dado con gente tranquila y hospitalaria que sabían que no tenían nada que temer de nosotros.

El caso es que la obligatoriedad de llevar en todo momento en el autobús un soldado con nosotros en lugar de escamarnos nos hacía gracia, y la prohibición de bajarnos del autobús en determinados puntos del recorrido nos fastidiaba en vez de hacernos pensar. Posiblemente se debía a que éramos jóvenes e ingenuos.

El soldadito, con su arma reglamentaria en mano, entraba y se sentaba silencioso en la última fila del autobús, No se movía hasta que bajábamos para visitar algún yacimiento. Entonces se unía al grupo y se movía entre nosotros, Se suponía que su mera presencia disuadía a cualquiera que fuera peligroso para nosotros. Al pasar por el siguiente cuartel se despedía de nosotros con una gran sonrisa (y una propinilla), se bajaba del autobús y otro subía en su lugar). Pero cuando nos acercamos a la frontera con Afganistán los soldaditos desaparecieron. Nos quedamos sin escolta y sin ángel de la guarda porque allí no entra el ejército, ni el gobierno cuenta para nada, solo las ancestrales leyes tribales.

Uno de los puntos fuertes del viaje fue el Khyber Pass, que es el paso montañoso que une Pakistán y Afganistán. Tiene cincuenta y tres km. de longitud, y en su punto más estrecho, sólo tres metros. Está bordeado por montañas altísimas que solamente pueden ser escaladas en algunos puntos. Por allí entró Alejandro Magno con su ejército en el 326 a. C., y le siguieron persas, mogoles, tártaros y turcos. Fue escenario de las guerras afganas y en enero de 1842 murieron allí aproximadamente dieciseis mil soldados británicos e indios. Las paredes de roca están cubiertas con las insignias de los regimientos que allí lucharon.



Para llegar hasta allí teníamos que atravesar territorio tribal, es decir, donde la ley del país no existe. Sólo la carretera y 15 metros a cada lado están bajo jurisdicción del gobierno. El resto está bajo la jurisdicción de los phatans y su código basado en el honor, la ley del Talión y la hospitalidad (el pathanvali). En el camino paramos en Landi Kotal. Mientras el autobús repostaba gasolina pensamos en bajar a echar un vistazo a los puestecillos de un mercado callejero que se extendía junto a nosotros. El guía casi nos gritó que ni se nos ocurriera bajar. Lo que se vendía en aquellos tenderetes era hachis, opio, heroína y toda clase de armas, desde granadas a misiles, desde un bolígrafo pistola a un kalashnikov. Además pueden imitar cualquier arma que el cliente quiera en los talleres que se encuentran en cada casa y cada local. Todo se hace abiertamente, y por todos lados los carteles anuncian la venta de armas.


Porque, a pocos kilómetros de donde estábamos, estaba Darran, otra aldea famosa por ser el supermercado favorito de narcotraficantes y delincuentes de todo el mundo. 


Unos disparos rasgan el aire sin que nadie pestañee. Es algo corriente en un pueblo de Pakistán especializado en la fabricación casera de Kalashnikovs, un negocio venido a menos.

En las colinas cercanas a Peshawar (en el noroeste de Pakistán), la aldea de Darra es desde hace décadas un centro en el que convergen criminales y narcotraficantes, así como coches robados preparados para toda clase de situaciones y pasaportes falsos.

Este tráfico vivió su apogeo en los años 80, cuando los muyahidines procedentes de Afganistán se abastecían de armas para luchar contra los soviéticos. Después llegaron los talibanes paquistaníes, que convirtieron la aldea en un bastión, en medio de una impunidad absoluta.

En la actualidad, sólo ha sobrevivido el comercio de armas, aunque decae, tras décadas de ventas florecientes. Los forjadores atribuyen este ocaso a la cada vez menor indulgencia del Gobierno y a la mejora de la seguridad.

"El gobierno del (primer ministro) Nawaz Sharif estableció puestos de control por todas partes, el comercio se paró", lamenta uno de ellos, Jitab Gul, de 45 años.

Gul es conocido en Darra por sus réplicas del subfusil MP5, una de las armas más utilizadas en el mundo, sobre todo por el SWAT, una unidad de élite de la policía estadounidense.

El precio de un MP5 auténtico puede alcanzar varios miles de dólares. El modelo fabricado por Jitab Gul, con un año de garantía, vale 70.000 rupias (67 dólares) y, según él, funciona perfectamente.

"Vendí 10.000 armas durante los últimos diez años y no recibí ninguna reclamación", afirma, mientras realiza una demostración con su MP5 en el patio del taller.

En su taller hace un calor sofocante. Los empleados hablan a gritos debido al ruido de los generadores. Con la ayuda de máquinas cortan la chatarra que reciben de los astilleros de Karachi, en la otra punta de Pakistán, y montan piezas con precisión.

En su momento de esplendor, el bazar contaba con una nube de pequeñas tiendas que fabricaban todo tipo de armas.

Aunque ilegal, este comercio se benefició durante un tiempo de la tolerancia del Gobierno, con poca autoridad en las zonas tribales fronterizas con Afganistán.

Los habitantes lo consideran legítimo y acorde con la tradición pashtún de la región, que asocia el culto a las armas de fuego con la virilidad.

"Los obreros son tan cualificados que pueden copiar cualquier arma que les muestren", asegura Gul. Se puede conseguir un Kalashnikov made in Darra por 125 dólares, afirma, o sea más barato que un teléfono móvil.

Pero los tiempos han cambiado y ahora el ejército persigue a los insurgentes en las zonas tribales y la violencia ha disminuido desde la emergencia de los talibanes paquistaníes en 2007.

Más de un tercio de los comercios de Darra se han transformado en ultramarinos o en tiendas de electrónica y la ciudad ha dejado atrás su pasado de lejano oeste, añoran los forjadores.

Una fábrica como la de Gul podía producir más de diez armas diarias y ahora no pasa de las cuatro "por falta de demanda", explica.

Los obreros culpan de ello al Gobierno y al ejército, que han multiplicado los retenes en las carreteras que conducen a Darra Adamjel. Además los extranjeros tienen prohibido viajar al lugar por motivos de seguridad.

Pese a no oponerse directamente al comercio de armas, el ejército exige a los habitantes de la zona que no brinden apoyo a los insurgentes y las autoridades intentan establecer un sistema de licencias.

La policía y unidades paramilitares se despliegan a la entrada del pueblo y su presencia intimida a los clientes, protestan los habitantes.

"Hace más de 30 años que trabajo aquí pero ahora me he quedado sin trabajo", comenta Muzamil Khan, sentado delante de su taller. "Estoy dispuesto a vender el equipamiento".

Según Muhamad Qaisar, fabricante de cartuchos en el gran bazar, había casi 7.000 tiendas pero casi la mitad cerró. Si el Gobierno no da marcha atrás "me temo que será el fin de Darra".

A nuestro alrededor toda clse de luminosos y anuncios con armas pintadas anuncian con toda naturalidad el principal negocio del pueblo. Cabizbajos, volvimos a nuestros asientos y nos resignamos a perdernos aquel escenario de película.

Seguimos hasta el paso y nuestra compañera de viaje especialista en Alejandro Magno nos habló del momento y las circunstancias en las qu Alejandro pasó por allí con su ejército, camino de la India. Y nos hicimos una foto de grupo (que no tengo) para inmortalizar el momento.

sábado, 11 de julio de 2020

Templo del Buda Mahamuni. Mandalay (Birmania)


 La estatua de Mahamuni Buda que se encuentra en su interior de este templo o pagoda de la ciudad de Mandalay es la imagen más venerada de Myanmar y convierte a este templo en uno de los lugares de peregrinación religiosa más importante de todo el país. Y eso porque la trascendencia de esta imagen va más allá de las fronteras de Myanmar, ya que se considera una las representaciones más importantes de Buda, antes de alcanzar la iluminación con el nombre de Siddharta. Según la tradición transmitida que carece de base histórica, es la única copia verdadera que existe de Buda, realizada en vida del mismo y tomándolo como modelo. Sin embargo,  Las evidencias arqueológicas sugieren que es una de las más antiguas representaciones de Buda, pero su creación se situaría posiblemente en el siglo II d, C., casi ochocientos años después de la existencia de Buda.

De acuerdo con los mitos tradicionales de las crónicas arakanesas, alrededor del año 500 a.C, el Buda Gautama viajó desde la India al reino de Arakán, situada en el oeste de Birmania en la frontera con la actual Bangladesh, en compañía de sus 500 discípulos, donde recibió la visita del rey Candrasuriya y su corte. El rey le suplicó a Buda que hiciera una réplica de sí mismo para que sus fieles pudieran venerarle en su ausencia. Esta imagen de Sakyamuni, realizada en bronce, pasaría a denominarse Mahamuni (literalmente “Gran Sabio”) y es considerada la única copia real de la imagen de Buda que pasa po ser el único retrato en el mundo. La tradición antigua se refería a sólo cinco retratos de Buda, hecha durante su vida, dos se encontraban en India, dos en el paraíso, y la quinta es la imagen de Buda Mahamuni en Myanmar.

En 1784, el rey Bodawpaya de Birmania, perteneciente a la dinastía Konbaung, conquistó el reino de Arakán y ordenó el traslado de la legendaria estatua de Mahamuni desde su santuario original en Dhanyawadi hasta Amarapura, en Mandalay. La decisión de trasladar la imagen en bronce de Buda generó un profundo resentimiento del pueblo arakanés hacia la monarquía birmana, ya que consideraban que Mahamuni era una figura asociada al orgullo de la nación arakanés.

   El santuario original que se levantó en 1785, fue reconstruido en diversas ocasiones a lo largo del siglo XIX, por los daños ocasionados por dos incendios ocurridos en 1879 y en abril de 1884. El rey Thibau ordenó su reconstrucción y realizó generosas donaciones con este fin, gracias a las cuales se logró rehacer el edificio en breve tiempo.

El santuario es una gran pagoda situada en la parte sur de Mandalay. En origen, estaba situada en las afueras de Amarapura pero tras la fundación de la ciudad en 1857 por el rey Mindon y su progresiva expansión, el recinto pasó a formar parte de la nueva urbe.

La imagen  se puede ver al final de un largo corredor alfombrado. A los lados del corredor hay capillitas y tiendas donde se agolpa gran cantidad de gente. Hay gente que no llega a la misma estatua y reza en el corredor. En una de esas tiendas, haciendo lo mismo que la multitud que nos rodeaba, compré un cuadradito de pan de oro, no más de unos 4 x 4 cms. La estatua se encuentra en una estancia estrecha y es visible de frente y por ambos lados.

   La estatua de Mahamuni se encuentra en una pequeña cámara, sentada sobre un trono en una postura divina conocida como Bhumisparsa Mudra, las piernas se encuentran cruzadas y los pies dirigidos hacia adentro y extiende su brazo derecho con la mano tocando el suelo de forma ritual, como testimonio de su pasado. La mano izquierda reposa sobre las rodillas con la palma hacia arriba. La imagen está fundida en bronce y pesa 6,5 toneladas y se encuentra erigida en un pedestal de 1,84 metros. La altura total del conjunto es de 3,90 metros y la anchura de hombro a hombro 1,80 m.8 La corona de la cabeza y el pecho se encuentran repletos de piedras preciosas incrustadas.

 Al llegar a la capilla me puse en la cola para poner mi cuadradito de pan de oro sobre el Buda. Como hay tanta gente, lo ponen un poco al tun-tun y por eso la estatua se ve llena de bultos. Los brazos, las manos y el cuerpo ya ha perdido la forma original, como se ve en las fotos. Cuando estuve la primera en la cola, un monje budista alargó hacia mi la mano y me di cuenta de que me estaba pidiendo el pan de oro y se lo alargué. Los hombres los ponen ellos mismos, pero las mujeres se lo dan a un monje que lo coloca sobre la estatua.

Cada mañana, muy temprano, lavan y secan la estatua. Las toallas con las que lo han secado son también objeto de veneración y se envían a otros santuarios para ser expuestas y veneradas.  

domingo, 21 de junio de 2020

Un lunes (pero no un lunes cualquiera)

Como a tantísima gente, no me gustan los lunes. Aunque una vez metidos en él, la cosa no sea para tanto, mi humor no es el mejor.

Por eso hoy he rebuscado entre mis cuadernos de viaje en busca de un lunes que hubiera resultado espectacular. Y he dado con él. Menos mal que tengo la costumbre de poner, además de la fecha, el día de la semana, porque cuando viajo durante más de diez días, y sin mis referencias temporales habituales, generalmente pierdo la noción de en qué día de la semana me encuentro. Así, aunque he recordado muchas veces este día, hasta hoy no tenía ni idea de que hubiera sido lunes.

El domingo habíamos llegado a Nepal. Ya nos habíamos recorrido una gran parte del noroeste de la India, y el cansancio se empezaba a notar. Y no sólo el cansancio físico, pues veníamos directamente desde Benarés, que nos había dejado a todos un poco tocados. Por eso, cuando en Katmandú comprobamos que desde allí apenas había vistas del Himalaya, la mayoría del grupo pareció conformarse. Confieso que, en esos momentos, yo tampoco habría tenido iniciativa alguna pero afortunadamente dos personas decidieron, por su cuenta, emprender una excursión por carretera para acercarnos a algún lugar desde donde se vieran mejor las montañas. Se enteraron del mejor lugar, hicieron las gestiones para alquilar un taxi y lo propusieron al resto. Merche,  que me acompañaba se apuntó y me convenció a mí.

De forma que aquel lunes, a las cuatro de la mañana, ya estábamos en la puerta del hotel esperando a nuestro conductor. En ese momento nos daba un poco de envidia pensar que el resto del grupo se encontraba en sus camas, confortablemente bajo los edredones.

El sitio al que íbamos se llama Nagarkot. Está sólo a 35 km. de Katmandú, pero la subida era grande (a 2.286 metros) y la carretera muy sinuosa, así que nos habían advertido que tardaríamos por lo menos una hora. Como era noche cerrada, no había nada que ver, de forma que en el coche seguimos durmiendo. Aunque no del todo, porque aunque éramos bastante lanzadas y nuestro guía tenía todos los datos del taxista, decidimos que una de las cuatro estaría despierta, por turnos de 15 minutos, por si pasaba algo raro.

Vista desde Nagarkot
Llegamos sin incidentes a Nagarkot, y nos encontramos con que ya había unos franceses apostados en el lugar, con sus trípodes y sus cámaras. De momento sólo notábamos un frío horroroso, aunque ya se empezaba a vislumbrar algo.

La salida del sol fue espectacular. Desde allí se pueden ver veinte cimas de más de 6.100 metros de altura, desde el Everest al este hasta el Dhaulagiri al oeste. Y lo mejor es que no llegó nadie más, porque la gente que hace esta excursión prefiere ir a Dhulikhel, que tiene dos estaciones de montaña con buenos sitios donde dormir y comer, aunque como está unos 450 metros más abajo, se ven menos cimas. Nosotras estábamos allí en plena carretera, dando patadas al suelo para entrar en calor, menos cómodas pero encantadas de la vida. Afortunadamente era una buena época del año para tener cielos claros.

Nuestro taxista resultó ser una alhaja y, como era temprano, nos ofreció parar en Bhaktapur en el camino de regreso.

Bhaktapur es una ciudad preciosa, bien conservada y bien restaurada. Aquellos que hayan visto la película “Pequeño Buda” recordarán los escenarios en que se desarrolla la vida de Sidharta hasta que abandona su ciudad. Pues bien, esas escenas están rodadas en las calles de Bhaktapur, incluso las que se supone que ocurren en el interior del palacio.

La ciudad estaba empezando a animarse, aunque todavía no había ni un turista a la vista. Fuimos a la plaza principal, la plaza Taumadhi, donde se encuentran algunos templos en forma de pagoda. Otro edificio antiguo en forma de pagoda ha sido restaurado y transformado en restaurante-cafetería (en primer plano en la foto). Tuvimos que esperar un poco a que abrieran, subimos al primer piso y nos instalamos en una mesa junto a una ventana, donde tomamos un chocolate muy caliente para entonarnos un poco. El chocolate lo acompañaron con unos dulces de masa frita, de forma que estábamos desayunando lo más parecido a un chocolate con churros que se puede encontrar fuera de España.



Debajo de nuestra ventana empezaba a formarse un mercado y allí se instaló un vendedor de yogures. Por lo visto el asunto de comprar un yogur es algo más complicado de lo que pueda parecer a simple vista, ya que los presuntos compradores se lo tomaban como un asunto de importancia, a la vista del tiempo dedicado. Los yogures se vendían en unos cuencos grandes de barro, sin tapar, y todo el mundo metía un dedo en cada cuenco para comprobar la textura, supongo. Por si aquel manoseo no era suficiente, el vendedor, sin duda para demostrar que tenían un punto perfecto, plantaba la palma de la mano sobre el yogur y le daba la vuelta al cacharro, para que todo el mundo comprobara que no se caía. Estábamos muy divertidas, pero decidimos que allí debíamos contener nuestra costumbre de comprar cosas de comer por la calle.

Después de observar durante un rato todo aquel despliegue, bajamos a dar una vuelta por las calles y a visitar uno de los templos de la plaza. Y, con un poco de prisa ya, vuelta a Katmandú.

Cuando llegamos al hotel el resto del grupo estaba desayunando. Vimos en el buffet los grandes cacharros de yogur y nos entró la risa, preguntándonos si el fulano de Bhaktapur sería proovedor del hotel. Como era un hotel de lujo, decidimos que no era probable, pero por si acaso, al contar nuestra excursión, omitimos el detalle del “reconocimiento digital” de los yogures.

sábado, 20 de junio de 2020

Fronteras


En mis 60 años de vida he cruzado muchas fronteras, tantas que no sabría decir cuantas: 33 países, 4 continentes. He pasado por situaciones absurdas y surrealistas, como tener que pasar dos fronteras sin salir de una isla  (Chipre), o que me revisaran hasta el interior del tubo de la pasta de dientes (Iraq). Me han registrado, cacheado, interrogado, casi mirado la cara al microscopio para asegurarse de que era la misma persona de la foto del pasaporte. Incluso siendo una pasajera en tránsito que sólo iba a estar un ratito en el aeropuerto para seguir hacia otro país (Miami camino de Guatemala, Frankfurt camino de Bombay). Pero hoy voy a escribir sólo de pasaportes. Al finalizar 1.996 yo tenía el pasaporte lleno de sellos, pero todavía en vigor y con páginas libres. Pero en el verano de 1.997 fui  Israel, y me informaron de que el pasaporte no podía tener un sello de ningún país musulmán. Y el mío para entonces tenía ya sellos de Egipto, Siria, Jordania. Iraq. Yemen, Pakistan, Marruecos y Líbano. Así que me hice un pasaporte nuevo. Tuve que explicarle a la asombrada funcionaria de la comisaría el motivo, porque no comprendía mi solicitud, teniendo aún un pasaporte perfectamente válido. Y allí estaba yo, en el aeropuerto de Barajas, con mi pasaporte impoluto, cuando nos dicen que nos pongamos en fila para un interrogatorio. Cerca del control de pasaportes colocan unas mesitas y nos ponemos en fila de a uno  delante de cada mesa. Vamos pasando por orden y un funcionario, no sé si español o israelí nos interroga:

-  ¿Quien hizo su maleta?
- Yo
- ¿Dónde estaba en el momento de hacer su maleta?
- En mi casa
- ¿Había alguna otra persona con usted en ese momento?
- No
- ¿Ha estado usted en el último año en algún país árabe?
- No (imagino su cara si hubiera visto el pasaporte que dejé en casa, con sellos recientes de Siria y Líbano)

Imagino que habría más preguntas que hacer en caso de resultar sospechosa, pero debí resultar comvincente y ahí terminó el interrogatorio. El tipo me dijo que me levantara y dejara el sitio al siguiente.

Muy bien, -me dije para mis adentros-, vaya mierda de seguridad. Como que si yo fuera una terrorista o una espía no vendría preparada con un pasaporte virginal y hubiera ensayado este interrogatorio de chichinabo mil veces.

El viaje por Israel transcurrió sin incidentes. Al año siguiente, Semana Santa de 1,998, fui a Uzbekistán. Pero para la ida no había billetes de ida en un vuelo directo. Y se me informa que iremos vía Turquía, aprovechando para pasar dos noches y un día en Estambul y ¡oh sorpresa! no me dejan entrar en Turquía si el pasaporte tiene un sello de Israel. Así que vuelta la comisaría, vuelta a contar a mi "amiga" la historia. Y con mi pasaporte nuevecito pude entrar en Turquía, pasar un par de noches en Estambul y seguir a Uzbekistán. A mitad de la quincena  en Uzbekistán pasamos a Tayikistán, solo unos pocos kilómetros para visitar un yacimiento arqueológico (calculo que no llegamos a estar en el país ni dos horas), y otro numerito de circo en la frontera. Nos apartan a  un lado, nos tienen allí ni se sabe el tiempo. Y todo porque no coincidía exactamente la lista de personas que íbamos con la lista que se envió para pedir el visado. Una persona que se apuntó al viaje al principio, finalmente no fue, y habla esa importantísima diferencia que nos costó horas que entendieran. En Asia Central  se nota que han pertenecido a la Unión Soviética. Se les han quedado todos esos tics paranoicos.

El viaje de regreso a España fue directo, por suerte, y no tuvimos que pasar por Turquía, aunque ya, lo mismo daba.

Yno tengo nada más que comentar sobre fronteras, pero contestaré a cualquier pregunta que se os ocurra.

viernes, 19 de junio de 2020

Elogio de la locura (2)




Tumba de Salim en Fathepur Sikri
   El emperador Akbar, tercero de los emperadores mogoles de la India, tenía todo lo que podía desear, menos un heredero. Hombre muy religioso, hizo una peregrinación a la ciudad santa de Ajmer, un centro de la secta sufí del Islam. De regreso pasó por un pueblecito donde vivía un santo sufí llamado Salim, al que fue a visitar. Salim le dijo que tendría no uno, sino tres hijos.

Entusiasmado, Akbar hizo construir una residencia en aquel pueblecito, donde meses después, el 30 de agosto de 1569, nació su hijo, al que llamó también Salim (aunque luego reinó con el nombre de Jahangir). En agradecimiento, Akbar decidió construir en aquel sitio una gran ciudad a la que trasladaría su capital, que entonces estaba en Agra, a 35 km.

En aquel lugar había una loma rocosa de unos 3 km. de largo y 1’5 km. de ancho. Akbar ordenó cortar la cima para hacer sitio a la ciudad. Al pie de la loma creó un lago artificial de 33 km. En poquísimo tiempo se levantó una ciudad completa, toda tallada en piedra arenisca roja. La llamó Fatehpur Sikri.

Un sacerdote español que por entonces estaba por allí cuenta que el emperador estaba tan impaciente que él mismo se ponía a ayudar a los trabajadores en la cantera, para que el trabajo fuera más rápido.

Cuando los embajadores de Isabel I de Inglaterra visitaron a Akbar en 1583, se asombraron al encontrar una ciudad que tenía más población y más riqueza que Londres. Solamente la mezquita imperial tenía sitio para 10.000 personas.

Celosía tallada en mármol en la tumba de Salim.
Toda la ciudad,tanto la piedra roja
como el mármol, parece tallada por un orfebre
   Sin embargo, la ciudad sólo se ocupó durante quince años. Dicen que cuando murió el santo Salim, Akbar, además de construirle una tumba maravillosa de arenisca roja recubierta de mármol blanco, quiso que descansara en paz y abandonó el sitio. Otros dicen que el problema de la ciudad era la falta de agua. También que Fatehpur Sikri no estaba bien defendida, porque su muralla era más simbólica que otra cosa, y el emperador prefirió regresar a Agra, ciudad que nunca había dejado del todo. El caso es que quedó intacta pero abandonada. Otra locura maravillosa. A día de hoy muchas mujeres acuden a visitar la tumba de Salim para pedir un hijo. Como recuerdo de su petición, dejan un lazo atado a las celosías

Y aquí está Carmina, en Fathepir Sikri en 1.985. Si hubiera sabido que veríais esta foto,
hubiera posado más sonriente.

jueves, 18 de junio de 2020

Elogio de la locura (1)


Voy a tomar prestado el título y un par de ideas a Erasmo de Rotterdam para comenzar a hablar sobre aquellas obras que me impresionaron y que tienen en común que deben su existencia a personas que no estaban muy en sus cabales. Locura como fuente de la que emanan obras originales. Tal como escribe Erasmo, los locos y los que no se rigen por juicios establecidos son los que llegan a la grandeza. También es cierto que probablemente dejaron muchos cadáveres por el camino, pero también otros lo hicieron y no dejaron al mundo belleza alguna. No voy a juzgar aquí a ninguno de estos “locos”. Hoy no me apetece hacerlo y os pido que tampoco vosotros lo hagáis. Vamos a limitarnos a disfrutar de la belleza y de los resultados de tan creativa locura.


   En el último cuarto del siglo V, Kasyapa, primogénito del rey Dhatusena de Anuradhapura, temía ser suplantado en la sucesión al trono por su hermanastro menor Mogallan (cuya madre tenía sangre real, mientras que la suya era plebeya). Kasyapa se apoderó del trono y encarceló a su padre, mientras que su hermano Mogallan huyó a la India.

El temor, la arrogancia y la ilusión de creerse un dios condujeron a Kasyapa a construir su palacio sobre la roca de Sigiriya, un impresionante monolito de piedra roja que se levanta a 180 metros por encima de la jungla. Siete años después de su llegada al trono, en el año 477, Kasyapa pudo trasladarse a su fabuloso palacio nuevo. Once años más tarde, el 495, bajó de su inexpugnable ciudadela para salir al encuentro de Mogallan, que había vuelto de la India con un ejército. En lo más encarnizado de la batalla, el elefante de Kasyapa se dio cuenta de que había arenas movedizas delante de él y repentinamente giró hacia un lado. Su ejército, creyendo que su jefe se batía en retirada, se dispersó en medio de la confusión. Kasyapa quedó indefenso, desenfundó su daga, se la clavó en la garganta y la enfundó de nuevo antes de caer muerto.
Jardines de Siguiriya
   Mogallan volvió a trasladar la capital a Anuradhapura, así que la vida de esta extraordinaria ciudad fue sólo de once años. Sin embargo, durante los siglos siguientes la gente continuó acudiendo y escalaban la roca sólo para admirar el panorama y los extraordinarios frescos llamados “Las doncellas de Sigiriya”. Aunque las inscripciones hablan de más de quinientos, hoy no quedan más que diez y ocho retratos pintados al temple sobre la pared de roca. No se sabe si eran mujeres del harén o apsaras, unas ninfas que viven en el cielo y proceden de un reino de luz radiante. Sean quienes sean, se han convertido en una de las imágenes más reproducidas de Ceilán y el objetivo principal de la visita a Sigiriya.




No es Sigiriya la única ciudad fantasma construida por un genio enloquecido y abandonada en cuanto éste muere: Tell el Amarna con Akhenaton o Fathepur Sikri con Akbar son otros ejemplos. Otro día nos pasaremos por allí.





miércoles, 10 de junio de 2020

Dientes, pelos y costillas. Birmania, Sri Lanka, India

Lugar de veneración del diente de Buda en Kandy  (Ceilán)

1.985. Mi primer viaje a India, Concretamente, la ruta de los emperadores mogoles,es decir, el norte del país. Y como complemento, ya que estamos cerca, Nepal. 1,995. Diez años después, el sur de India y Sri Lanka, el antiguo Ceilán, también llamado, por la forma de la isla, "la lágrima de India".

El año anterior, 1.994,  había estado  en Pakistán, país que me resultó  sorprendente, entre otras cosas, porque encontré muchos más vestigios budistas de lo que me esperaba, multitud de stupas, por ejemplo en lugares como Taxila y Jaulian se concentran muchísimas stupas votivas y estatuas de Buda.

Según la tradición Buda, a su muerte, fue incinerado. Como es de esperar, muchos lugares pugnan por tener reliquias de Buda, Tras mis viajes a varios países budistas yo creía recordar que las cenizas  de Buda habían sido divididas en cuatro partes y enviadas a cuatro reinos (no recuerdo si eso me lo dijeron en India, Nepal, Sri Lanka o Mianmar) pero, cuando he ido a asegurarme del dato para escribir esto, me he encontrado con tradiciones contradictorias y algo mucho más complicado. Como qu los resto se dividieron en ocho partes, una de las cuales quedó en la pagoda Swedagon de Yangon ( Mianmar), donde estuve en 1.997 (como veis, tengo motivos para quedar hecha un lío), donde también se encuentran, presuntamente, ocho cabellos de Buda.


Pagoda Swedagon, en Rangún
Según la leyenda, entre las cenizas se hallaron también cuatro dientes que según una tradición repartieron entre cuatro territorios diferentes:


Diente de Kandy
   Los cuatro dientes (caninos) se repartieron entre cuatro territorios diferentes: uno fue robado por un monje entre los restos de la cremación, pero el dios Sakra se hizo con el y se lo llevó al cielo.  Otros dos dientes también volaron al cielo, después de un intento de destruirlos por parte de los dos reyes que se habían adueñado de ellos, por miedo al gran poder de Buda.  

Por lo tanto en la Tierra sólo quedó uno, el que fue regalado al rey Brahmadatte de Dantapuri, en el estado de Orissa. Pronto el diente se hizo famoso por ser un ‘creador de reyes’, porque cualquiera que reivindicase con éxito su posesión estaba destinado a gobernar. Después de muchas guerras para adueñarse de esta preciosa reliquia, en el siglo IV el diente había llegado a las manos del rey Guhasiva de Kalinga el cual, temiendo que terminara en manos de sus enemigos, lo confió a su hija, la princesa Hamamali quien, junto con el príncipe Dantakumara lo llevaron escondido a Sri Lanka.  La leyenda asegura que aquel que poseía uno de los caninos tendría el poder sobre su territorio, por lo que la contienda por el diente que poseía Kalinga no se hizo esperar. Fue este el motivo por el que, alrededor del siglo IV d.C., el rey Guhasiva de Kalinga se vio obligado a enviar el diente a otro lugar donde poder esconderlo, concretamente a Sri Lanka, isla en la que el budismo recién comenzaba a instaurarse. De este modo, el rey entregó el diente a su hija,  la princesa Hemamali. La princesa hizo un complicado peinado con su largo cabello y en esa masa oscura ocultó el diente. Así salió a escondidas la reliquia. que viajó por mar a Ceilán.  Acompañada del Príncipe Danta, abandonaron la India en la desembocadura del Ganges hasta alcanzar las costas del norte de Sri Lanka, donde el rey de Anuradhapura, por aquel entonces primera capital de la isla, ocultó el diente.


Anuradhapura, primer lugar donde recaló el diente en Sri Lanka
Durante los siglos siguientes el diente circuló por diversas ciudades, entre ellas Polonnaruwa o Gampola, con tal de protegerlo de las constantes invasiones que pretendían hacerse con la reliquia. Fue durante la llegada de los portugueses en 1505 cuando los custodios del diente descubrieron que, posiblemente, este debía ser oculto en un lugar aún más secreto, de ahí que este fuese escondido en la ciudad de Kandy, situada entre altas montañas y plantaciones de té.


Hemamali y Danta sacan
el diente de Buda
de India a Sri Lanka

Cuando en el siglo XVI las primeras potencias coloniales (los portugueses) llegaron a la isla invadieron inicialmente la costa. Kandy, donde estaba en ese momento custodiado el diente, se encuentra en el interior, en una zona montañosa y no de fácil acceso. Por lo tanto durante un cierto tiempo el diente permaneció tranquilo. Cuando los ingleses llegaron hasta allí destruyendo las defensas de Kandy, lo primero que hicieron fue poner bajo su protección la reliquia. En 1818 comenzó la guerra de independencia durante la cual el diente permaneció durante algún tiempo bajo el control británico. En 1853 fue oficialmente devuelto a las autoridades de Sri Lanka y cuando, en 1948, la isla se independizó definitivamente del imperio británico, el diente fue considerado el símbolo del rechazo a la sumisión imperialista.


Polonarwa


Relicario del diente en Kandi
   Sea como fuera, en Kandi, ciudad situada en el centro de la isla, en las montañas. Hay un templo donde se venera uno de los supuestos dientes, el que el rey Guhasiva de Kalinga hizo llegar a Ceilán. Y en ese templo, en el interior de una especie de relicario se guarda el diente, que se enseña tres veces al día a los numerosos peregrinos que visitan el lugar. La urna se abre cada cinco años y en la luna llena entre julio y agosto tiene lugar cada año  un gran festival, Esala Perahera con una procesión de elefantes ricamente engalanados. El más grande ,  el "Maligawa Tuskral" lleva sobre el lomo la urna con el diente.  En ese desfile intervienen los famosos bailarines de Kandi.

El diente es, sin lugar a dudas, símbolo de Sri Lanka y su emblema nacional





Festival Esala Rerahera


Pero, por qué existen otros dientes de Buda en el mundo? Kubilai Khan (el Gran Can de Marco Polo) quería poseer una reliquia de Buda y la pidió a Kandy a través de sus emisarios. Le fue enviado el diente, probablemente un falso, y durante más de mil años se convirtió en la reliquia más famosa de China, conservada en un templo cerca de la Ciudad Imperial.


Con la llegada del comunismo los chinos no le dieron mucha importancia. En los años cincuenta, Birmania pidió prestado a China el diente para una exposición. Los chinos se lo enviaron sin ninguna intención de que le fuera devuelto, pero más tarde, cuando comprendieron la importancia de la reliquia lo reclamaron. Los birmanos, privados de la reliquia, consiguieron una copia (un falso de un falso), para poderlo venerar. Birmania (hoy Myanmar) es actualmente uno de los países budistas en el mundo con mayor devoción.

Por último, existe la leyenda de que existe otro pelo que es el que mantiene en equilibrio la Roca Dorada de Myanmar.


La Roca Dorada Birmania

Gran Stupa Dorada en Laos
    Y finalmente se venera  una costilla que supuestamente también sobrevivió a la cremación se encuentra en la Gran Stupa Dorada de Pha That  Luang en la capital de Laos, donde fue llevada por el emperador Ashoka, quien tras convertirse, hizo en su día el budismo religión oficial de la India.