miércoles, 27 de mayo de 2020

Más que nada, por llevar la contraria




Ya mencioné hace días que en el año 93 hice un recorrido por Yemen del Norte en vehículos todo terreno con un grupo de amigos. En ese país el consumo de alcohol estaba prohibido. A los extranjeros les está permitido, aunque se hace bastante complicado porque el alcohol no se vende libremente. Se sirven bebidas alcohólicas en los bares de los grandes hoteles de las tres o cuatro ciudades más importantes, pero fuera de allí es casi imposible de conseguir. Como nosotros íbamos a estar recorriendo todo el país, y la mayor parte del tiempo alejados de esas ciudades, aquella posibilidad no era solución.

Porque ni que decir tiene que estábamos bastante fastidiados con toda esta historia. Bastaba que no pudiéramos tomar unas cervezas cuando quisiéramos para que se nos antojaran más que nunca. En cada vehículo íbamos cuatro y el conductor, y mis tres compañeros de viaje (Manolo, Ignacio y Manolo) y yo decidimos que teníamos que agenciarnos como fuera algunas provisiones alcohólicas. Lo comentamos con el guía y, en un punto del recorrido, en una especie de ventorrillo en mitad de la nada, nos consiguió a precio de oro una caja de veinticuatro botellines de cerveza.

Durante la mayor parte del viaje hizo bastante calor, así que las cervezas estaban más bien calentitas. Entre risas comentábamos que si en cualquier otra parte nos quisieran obligar a tomar una cerveza a aquella temperatura nos hubiéramos planteado acudir a algún tribunal internacional de protección de los Derechos Humanos. En cambio, allí estábamos, disfrutando de nuestra cerveza caliente o, más bien, disfrutando del placer de llevar la contraria.

Si alguien conoce una explicación seria de por qué algo así (a veces incluso a costa de hacer el tonto, si se piensa despacio) nos produce esa intensa satisfacción, por favor que me la cuente.

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