A la hora de elegir un lugar al que viajar, me detengo a pensar en todo. No sólo de monumentos y museos vive Carmina, sino también de buenos restaurantes y mejores camas. Todo contribuye a que un viaje salga redondo, y una parte del viaje que me encanta es la de las compras. Me encanta estar rodeada de cosas bonitas y la experiencia me ha enseñado que cuando he dudado si gastarme un dinerillo curioso en algo y finalmente no me he decidido a comprarlo, probablemente me arrepentiré toda la vida, con el agravante de que en casa, tarde o temprano, acabaré gastando bastante más en cualquier otra cosa perfectamente prescindible. Desde que llegué a esa conclusión me permito en cada viaje un buen capricho, al que me lanzo sin mirar (nada más que de refilón) precio.
Me vuelve loca un zoco oriental. Concretamente, el de Alepo me disloca. Las dos veces que he estado en esa ciudad, además, me he reservado una tarde para ir completamente sola, sin nadie que me haga perder tiempo, para recorrerme exactamente las calles que quiero visitar y para entrar en cada tienda que me apetezca sin el remordimiento de conciencia de tener a alguien esperando por mis compras.
El resultado es que tengo un buen montón de recuerdos que me acompañarán incluso más que las fotografías tomadas. Con la diferencia de que los veo y los luzco continuamente, mientras que las fotografías sólo de tanto en tanto: unas turquesas paquistaníes con las que me hicieron unos pendientes diseñsdos por mí, un collar precioso de coral y plata, saris de seda, pulseras de jade de Birmania y de Guatemala, pañuelos de seda italiana, mirra para perfumar la ropa en los cajones, unos pendientes de oro iraquíes que parecen sacados de un tesoro tartésico, alfombras turcas, persas y pakistaníes, pulseras y pendientes de plata beduínos, porcelana inglesa, un icono griego antiguo, cajas de lapislázuli, lacadas, de esmalte y plata o de papier maché iraní, un abanico de plumas de avestruz, un Buda tallado en madera de sándalo, miniaturas indias pintadas sobre marfil, máscaras cingalesas con rostros aterradores, un espantamoscas egipcio hecho de la cola de un caballo, unachilaba iraquí para estar en casa, un típico reloj de cuco de la Selva Negra, un bordado sobre terciopelo con mi signo según el zodiaco birmano que se convirtió en un cojín y hasta una sombrilla de madera y papel encerado como las que usan los monjes budistas. Y algunos libros.
Entre todo ese batiburrillo de objetos exóticos reina en las estanterías de mi estudio una muñeca de trapo que llegó de Egipto. La pobre ha ido adquiriendo un color tostadito, pero sigue con la misma sonrisa del primer día.
Era uno de mis primeros viajes al extranjero, y Carmina todavía era presa fácil para las bandadas de niños que intentaban venderle algo. Un grupo de niñitas que tendrían entre 7 y 10 años me rodearon metiéndome por la cara unas muñequitas de trapo, mientras se empujaban unas a otras (y a mí, de camino). Intentando sobrevivir a aquella marabunta, traté de tranquilizarlas charlando un poco con las dos más mayorcitas, en un inglés chapurreado que daba pena (mayormente por mi parte). Me contaron que las hacían ellas desde que eran pequeñas (más pequeñas aún), y las vendían para ir reuniendo para su ajuar de novia. Me hicieron gracia las muñecas, pero no pensaba comprar media docena, así que compré dos y a las niñas restantes les di una moneda. Una de las muñecas la regalé nada más llegar a España y la otra se instaló cómodamente en una de las librerías.
Y allí sigue, recibiendo a todas las que han llegado después desde Baviera, Sicilia, Marruecos, Líbano, Ibiza, Turquía, Uzbekistán, Chipre, Escocia, Suecia o Bulgaria. Tranquilizándolas, convenciéndolas de que es una buena casa y no hay peligro de niños destrozones que les arranquen la cabeza. Es la hermana mayor de todas, ella lo sabe y como tal se comporta.
Aquellas niñas estarán dentro de muy pocos años enseñando a sus nietas a hacer otras iguales, y seguro que ni se imaginan que una de sus muñecas también está haciendo el papel de matriarca en un grupo tan original.
No hay comentarios:
Publicar un comentario